Opinión

Del agridulce empate al triunfo goloso

 Hay bloque en el Levante para algo más que para deambular en tierra de nadie

Los jugadores del Levante UD, celebrando una victoria

Los jugadores del Levante UD, celebrando una victoria / SD

Aprovechando algo el receso que deja la Semana Santa, un servidor hizo carretera y kilómetros para viajar hasta Valladolid a apoyar al Levante. Aunque era sabedor del momento de incertidumbre y de cabreo de la afición pucelana con los suyos, y más en concreto con su entrenador, también llevaba asumido que iba a ser tarea compleja sumar en un campo, que es el segundo más inexpugnable de la competición. El punto y la imagen del equipo fue buena y solvente. Por momentos, el Levante fue mejor que un Valladolid, atenazado por sus dudas y la presión de una atmósfera que no le ayudaba. Quizás, el único pero, fue esa falta de mordiente arriba. La apuesta por Fabricio, sin recambio prácticamente hasta el final, no resultó del todo buena. Aunque su entrega es incuestionable, la sensación es que los rivales empiezan a conocerle. Con Dani Gómez fuera de combate, y sin minutos para Bouldini, el cuadro de Felipe, se quedó a cero, aunque supo mantenerse a resguardo y sin sufrir grandes agobios. Andrés Fernández, atajó bien las acometidas más peligrosas y tras el pitido final, el poso que dejó el choque fue el de una lectura positiva, aunque con un matiz, hay que hacerlo bueno en el Ciutat.

No sirve para nada, y quizás suene a friki, pero con la calculadora en mano, quise hacer un retorno al pasado, concretamente al año 1995 que fue el último en el que los triunfos solo cotizaban dos puntos. El Levante es el rey del empate con quince duelos firmados en tablas. Si retornáramos a aquella campaña 94-95, la clasificación granota no variaría en exceso. Sería noveno en lugar de undécimo, aunque sí lo haría el horizonte de la gloria, con una promoción que quedaría a solo un punto y el ascenso directo a tres. Es algo anecdótico, pero que evidencia y exige esas victorias que irremisiblemente hay que sumar en el Ciutat estos dos sábados ante Zaragoza y Amorebieta. Ya no me fío de ningún rival. Lo de Valladolid fue bueno, como lo fue el choque ante el Sporting y el Elche, pero entre medias llegó aquel apagón frente al Andorra. Todas las luces han de estar en alerta. No olvido además que el Amorebieta ya ganó esta temporada en Orriols en Copa. Hay que tomarlo como vendetta, revancha o lo que sea, pero hacerse hueco arriba obliga a sumar estos seis puntos, que no los cuatro vintage de antaño, y que pueden ser queroseno en la recta final de la liga.

La acertada medida marcada desde el club de fomentar la asistencia al campo con precios promocionales para los acompañantes de los abonados es una constancia que en siete días, el Levante se puede mantener la lucha por el ascenso o descartarse del mismo. Las opciones ahora mismo son gigantes por las muchas coordenadas que lleva impreso el calendario, pero todo pasa por ganar y sumar. Tan fácil y tan difícil a la vez. 

Lo inherente a esta temporada es el encanto de la incertidumbre que mantiene semana tras semana englobando a tantos y tantos seguidores, por supuesto con los del Levante en el mismo saco. Si cuando concluyó el partido ante el Andorra, la fe se había rebajado por debajo del nivel rojo, los últimos encuentros la han aumentado y mantienen al equipo con vida y energía. Es la constancia de hay bloque para algo más que para deambular en tierra de nadie, la reseña de un equipo que aunque no lo parezca a veces, desea estar latiendo hasta el final, la firma de que no es ningún imposible creer en algo grande y que el levantinismo quiere y merece.

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