Opinión

La misteriosa camiseta de "Sanguitas"

Las crónicas relatan que la etapa de Martínez Ibarra al frente de la meta valencianista no resultó sencilla

Alfredo Martínez Ibarra, en una foto

Alfredo Martínez Ibarra, en una foto / Archivo

La, seguramente, más antigua de las múltiples incógnitas que siguen quitando el sueño (es un decir) a coleccionistas, historiadores y eruditos valencianistas tiene una camiseta como protagonista. La de Alfredo Martínez Ibarra, guardameta del Valencia en los años heroicos de Algirós, quien aparece en las pocas fotografías que conservamos de su paso por el club tocado con un curioso atuendo: gorra blanquinegra, que recuerda a las de los vendedores de periódicos decimonónicos; rudimentarios guantes de portero; largo calzón blanco a la moda de la época; rodilleras estriadas, indispensables para lanzarse a un piso repleto de guijarros; y zamarra azul, abierta por el pecho, cruzada por cordones y rematada por un gran escudo circular. 

De Martínez Ibarra, apodado por sus contemporáneos, por razones ignotas, «Sanguitas», conocemos apenas un puñado de detalles previos a su entrada en el Valencia. Empleado en las oficinas del industrial José Antonio Noguera -y, por tanto, situado en el círculo social de la familia Bonora y el Deportivo Español-, fue dado de alta como socio del club el 20 de mayo de 1919 junto con su hermano Vicente, efímero primer delantero centro del equipo, que sería rápidamente desplazado del puesto por Nicolás Guerendiáin. Alfredo tuvo más suerte: a pesar de su baja talla, su decidida actitud y sus aptitudes como guardameta le permitieron integrarse en el «Tonelada», primero, y el equipo reserva del Valencia, después. Apenas unos meses después se convertiría en portero titular del Fe-Ce casi por casualidad, tras la marcha de Pascual Gascó y Pepe Marco, arqueros blanquinegros en la primera temporada de vida de la entidad.  

Las crónicas relatan que la etapa de Martínez Ibarra al frente de la meta valencianista no resultó sencilla. Como tampoco lo era aquel fútbol bronco y embarullado, con delanteras superpobladas, en el que los porteros frecuentemente se llevaban la peor parte. Nuestro hombre, sin embargo, cumplió sobradamente con su cometido y tan solo la llegada al club de Mariano Ibáñez, estrella emergente del balompié local, consiguió descabalgarlo de la titularidad.  

Pero abandonemos la digresión para retornar a la imagen y, de paso, desvelar el misterio. El escudo de la camiseta, blanco, no corresponde al óvalo del primer Valencia ni al coronado por el murciélago, adoptado alrededor de 1921. La extraña grafía que se dibuja en su interior, que parece asemejarse a una M, ha sugerido a algún estudioso que Martínez Ibarra pudo bordar la inicial de su primer apellido para singularizarse. Cosas de porteros. Sin embargo, la realidad es más prosaica: en aquellos tiempos de anarquía indumentaria, «Sanguitas» lució en sus partidos con el Valencia la camisola de jugador de campo del equipo de antiguos alumnos (de ahí la AA, que no la M, del escudo) del colegio jesuita de San José, uno de los tres espacios religiosos valentinos (junto con el también jesuita Patronato de la Juventud Obrera y el salesiano colegio de la calle Sagunto) en los que el fútbol se vivía con fervor. San José, situado enfrente del Patronato, respiraba balompié por los cuatro costados: los alumnos leían con fruición «Eco de Sports», «Madrid-Sport» y, más tarde, «Valencia Deportiva»; un sistema de ligas internas acaparaba la atención en el patio y el conjunto de antiguos estudiantes jugaba con frecuencia contra los “terceras” merengue o granota. El colegio y sus alumnos mutarían con el tiempo su inicial gimnastiquismo por un apasionado valencianismo, quizá por influencia de los brillantes jugadores que salieron del colegio en dirección a Algirós. Entre ellos, aquel valiente guardameta que, vestido con una camiseta azul, defendió con honor al Valencia en sus primeros tiempos.

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