De Molina a Salenko, ídolos con fusil

Desde la Primera Guerra Mundial a la invasión de Ucrania, la participación en conflictos bélicos de estrellas del fútbol y otros deportes ha sido una constante

De Molina a Salenko, ídolos con fusil

De Molina a Salenko, ídolos con fusil / SD

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Con pelo largo y barba de varios días, abrigado con una chaqueta de invierno con el escudo del Dinamo de Kiev, Oleg Salenko recorre Kiev en coche participando de las patrullas ciudadanas que custodian la capital ucraniana en plena invasión rusa. El video viralizado por Twitter muestra al exdelantero del Valencia de los años 90 buscando «comida para los gatos», pero muy consciente también de que, llegado el momento, pueda empuñar un fusil: «Hay que acabar con esto ya, soy soviético pero ya no queda nada soviético, han dividido todo lo que podían dividir», relata quien sigue ostentando desde Estados Unidos 94 el récord de máximo goleador en un partido mundialista y que ha roto lazos con su rama familiar rusa de San Petersburgo.

No es el único caso de deportista, en activo o retirado, implicado directamente en un conflicto bélico. Los tenistas Sergiy Stakhovsky y Alexander Dolgopolov, o el baloncestista campeón olímpico con la URSS en Seúl 88 Alexander Volkov, han publicado imágenes desde Ucrania uniformados para el combate. La vinculación de ídolos deportivos con las guerras ha sido una constante histórica. En muchas casos, el estallido de un conflicto coincidió en el ejercicio de sus carreras. Tanto por su juventud y condiciones físicas, como por el aura carismática de su relevancia social, su presencia en el frente eleva el fervor patriótico y la autoestima colectivas. En otros casos, se atribuye a partidos de fútbol el estallido simbólico de un conflicto, como en los Balcanes, con la patada del croata Zvonimir Boban a un policía serbio en el Dinamo de Zagreb-Estrella Roja, en mayo de 1990. De estrellas, a héroes y mártires.

La tregua de Navidad

El milagro de la tregua navideña del 24 de diciembre de 1914 brota espontáneamente en aquellos lugares en los que la guerra de trincheras había acercado a escasos kilómetros a los bandos enfrentados. Soldados alemanes, británicos y franceses frenaron durante casi una semana los combates para desearse felices fiestas, intercambiar cigarrillos… y jugar a fútbol. Eran los primeros meses de la guerra y todavía no había aparecido el rencor enviciado de la prolongación de la contienda, de las grandes batallas de Somme y Verdún. Se creía todavía que sería una guerra corta. En Ypres, en el frente belga, el teniente alemán Johannes Niemann anota en su diario: «De repente vino un Tommy (apelativo despectivo para referirse a los ingleses) con un balón de fútbol». Entre las notas de Charles Brockbank, teniente del Regimiento de Cheshire, aparece que «había una multitud de gente entre las trincheras. De repente alguien produjo una pequeña pelota. Así que, por supuesto, comenzó un partido de fútbol». En descampados helados, al lado de las tumbas de los compatriotas muertos en combate, el fútbol se convierte en un lenguaje de fraternidad, en una tregua. La leyenda atribuye el partido a los 16 jugadores del Hearts escocés que se alistaron como voluntarios. Siete de ellos acabarían muriendo, entre ellos, su estrella James Speedie, cuyo cuerpo nunca fue recuperado.

De Guerendiain a Arater

El estallido de la Guerra Civil no detuvo el fútbol, pero sí condicionó y segó muchas carreras. Entre bombas, y con la iniciativa del presidente del Valencia FC Josep Rodríguez Tortajada, condenado a muerte tras la guerra y posteriormente amnistiado, se organizó la Copa de la República conquistada por el Levante. Muchos futbolistas tomaron partido en el conflicto. El levantinista Joaquim Arater, enrolado en el Ejército Popular de la República, falleció en septiembre de 1938 en la Batalla del Ebro. En el frente de Teruel se alistó el también levantinista Agustín Dolz. Nicolás Guerendian, primer delantero titular del Valencia en 1919, activista republicano, murió fusilado en las canteras de Vera de Bidasoa. Varios directivos y jugadores valencianistas fueron encarcelados, depurados, desterrados y algunos, como el capitán Juan Ramón, vieron como toda su familia fue represaliada tras el conflicto. Otros ilustres jugadores de Mestalla, como el goleador Mundo o el extremo Gorostiza, formaron parte del bando nacional, combatiendo en el Ejército de Recuperación de Levante y en el Tercio Requeté Ortiz de Zárate.

Enrique Molina y el partido de la muerte

En el Start Stadion, a las afueras de Kiev, se jugó el 9 agosto de 1942 el llamado «Partido de la Muerte» que inspiró la película «Evasión o victoria». Varios componentes del FC Start, el combinado de jugadores del Lokomotiv y Dinamo de Kiev reclutados por un panadero, Iosif Kordik, fueron asesinados por no querer dejarse perder contra el Flakelf, el equipo del ejército nazi. Una historia con lagunas, idealizada con el paso de las décadas como un símbolo de la resistencia ucraniana contra los nazis. Después de humillarles en un primer duelo por 5-1, en el partido de revancha a los tres días y bajo fortísimas presiones, volvieron a vencer a los alemanes (5-3). La leyenda dice que con el marcador resuelto, el defensa Oleksiy Klimenko regateó a todo el equipo rival, se deshizo también del portero y, a puerta vacía, se giró y chutó hacia el centro del campo. El árbitro (oficial alemán) decretó que ya había bastante de humillación en el invasor. Final.

En la Segunda Guerra Mundial falleció uno de las mayores leyendas del Valencia en los años 30, Enrique Molina, estrella indiscutible del equipo del ascenso a Primera División en 1931, e ídolo de Mestalla que lucía botas rojas con unos tacos que, pacientemente, se encargaba de afilar y reparar, y que causaban estragos en los rivales. Criado en el seno de una familia de talante conservador y clerical, la irrupción de la guerra civil española supondría todo un impacto emocional para Molina. Durante el conflicto bélico fueron asesinados cuatro de sus hermanos - tres de ellos sacerdotes, más una monja-, por lo que decidió defender sus convicciones ideológicas de siempre más allá de 1939, una vez acabada la contienda. Molina se enroló en la División Azul, el ejército de voluntarios que se alistó para defender la causa nazi en la Segunda Guerra Mundial, en el cerco de las tropas hitlerianas a Leningrado, la actual San Petersburgo. Con una gran condición física, heredada de su etapa futbolística, no desentonaba en un pelotón con una media de edad considerablemente más joven. Así, en el verano de 1941 formó parte del ejército que, desde la base alemana de Graffenworth, cruzó a pie más de 1.400 kilómetros hasta llegar al cruento escenario de Leningrado. En el verano de 1942, año en el que el Valencia conquistó su primera liga, a Molina se le presenta la oportunidad de ser relevado y volver a España, pero decidió continuar en suelo soviético. En julio de 1943, cuando trasladaba en un side-car a un oficial alemán, falleció al ser alcanzado por un obús soviético. Sus restos fueron enterrados en el cementerio divisionario de Mestelevo. Entre sus pertenencias se encontró su carnet de pilotari, deporte que practicaba en el frontón Jai Alai de la Alameda.