El vestuario del Valencia CF respira determinación por los cuatro costados. Nueve victorias y tres empates después, el ritmo al que carbura el conjunto de Marcelino ha dejado de ser una anécdota y se ha convertido en una realidad que nadie rehúye y que hace tiempo que dejó de sorprender. Más todavía si uno habla de puertas hacia adentro. Jugadores y cuerpo técnico se saben capaces de competir ante cualquier equipo y cualquier circunstancia. El recorrido va a ser largo, hay que mantener los pies en el suelo, pero la confianza es total y los protagonistas afrontan el desafío con la naturalidad y la ambición propias de un equipo totalmente seguro de sí mismo, que fundamenta sus éxitos en rutinas de máxima exigencia, la convicción más absoluta en torno a su entrenador y una energía de alto voltaje cuando tiene el respaldo de Mestalla. El tejido competitivo es más resistente que nunca en la última década, ¿pero dónde es el verdadero techo de este Valencia? Esa es precisamente una de las preguntas más repetidas en zona mixta después de cada partido. SUPER ha pulsado el corazón del vestuario y la mentalidad con la que procesa la realidad este grupo es arrolladora.

«Solo miramos hacia adelante. No podemos mirar a los lados ni despistarnos. Y atrás solo para ver de dónde venimos. Siempre hacia adelante y todo llegará», asegura en privado uno de los actores principales del conjunto que dirige Marcelino. Una confesión que habla con rotundidad de la ambición y la frescura que respira una plantilla que se siente preparada para lo que sea y para lo que venga. Por un lado, contrasta la voracidad competitiva de un equipo que bajo la consigna del «partido a partido» no malgasta sus energías mirando la clasificación. Definirse es limitarse y este Valencia renuncia a cualquier etiqueta que hable de sus aspiraciones de temporada. El objetivo -volver a la Liga de Campeones, aunque Marcelino prohíbe a sus jugadores hablar de ello- está pendiente del estado en el que se llegue al mes de abril. Por otro, habla de evitar distracciones. El equipo no puede caer en euforias ni bravatas innecesarias. Nadie puede renunciar a la tensión competitiva ni por un segundo. Ni en partidos ni en entrenamientos.

Por eso es clave mirar atrás, para recordar de dónde viene el Valencia. Marcelino, en conjunción con una serie de valores que se habían perdido desde un tiempo a esta parte, ha inculcado una visión hiperrealista del panorama y recuerda a los suyos después de cada victoria que siguen siendo mortales, como ocurría en la época del imperio romano, cuando un general llegaba victorioso a Roma y se le recibía en honor de multitudes. Nadie puede perder la perspectiva. Los cinco sentidos están puestos en alimentar un monstruo que cada semana intimida más al resto de equipos, un factor que se había perdido en los últimos dos años a golpe de despropósito. «Han demostrado una enorme solidez y no juegan entre semana, por lo que pueden preparar muy bien los partidos. Hasta el momento el rendimiento ha sido óptimo y tienen todo nuestro respeto», explicaba Emilio Butragueño, director de relaciones institucionales del Madrid anoche en Movistar Partidazo.

Una brecha importante

Transcurrido el primer cuarto de la temporada el Valencia ha conseguido 27 puntos de 33 posibles y saca una renta de siete sobre Vilarreal y Sevilla, que ocupan las posiciones d ela Europa League, y de diez puntos a las posiciones de fuera de Europa: la Real Sociedad es séptima con 17. Los balances estadísticos son extraordinarios y consagran el mejor arranque del club en su historia. Nunca antes en 98 años de valencianismo se habían logrado siete victorias consecutivas. Zaza y Rodrigo, los dos máximos artilleros, ya conforman la pareja más goleadora de la Liga: suman 16 tantos, superando los 15 que han anotado entre Messi y Suárez. Se ha recuperado la solidez defensiva, el equilibrio en la medular y el equipo encuentra casi siempre argumentos ofensivos: arrolla cuando lo merece y golea hasta cuando no lo merece... El desafío ahora es mantener el ritmo.