Opinión

Rafa Lahuerta

A vueltas con el gol de Forment

No se puede menospreciar la felicidad, y mucho menos cuando es una felicidad modesta, forjada en el obrador de las gestas sin hipotecas, sin damnificados

Vicent Forment durante el homenaje que recibió en Mestalla por el gol que acercó al Valencia CF a la mítica liga de 1971

Vicent Forment durante el homenaje que recibió en Mestalla por el gol que acercó al Valencia CF a la mítica liga de 1971 / F . CALABUIG

Este próximo mes de septiembre, azar y salud mediante, cumpliré 51 años, que son los mismos que tenía mi padre en abril de 1990, que son los mismos que cumple este 28 de marzo el gol de Forment. El tiempo y el amor van de la mano. La ecuación que resulta es un vínculo elástico, musical, el peso del aire en el horizonte. ‘El Perseguidor’ de Julio Cortázar supo advertirlo mejor que nadie: «Esto lo estoy tocando mañana».

Esa frase es el ensueño que anuda memoria y eternidad. Esto lo estoy tocando mañana, este gol lo he marcado para siempre. Yo no estuve el 28 de marzo de 1971 en Mestalla, pero da lo mismo. Otros estuvieron por mí, muchos lo celebraron por mí, también yo empecé a festejarlo desde el mismo instante en que mi padre me hizo partícipe de su onda expansiva. Cuando él ya no estaba seguí haciéndolo, como si con ese gol pudiera acercarme a su sonrisa, al hueco de luz que provocó su ausencia. Durante años lo celebré en silencio sin darme cuenta de que ese silencio no traía nada que no fuera melancolía. Fui preso de ese fantasma, lo reconozco. Pero ni mi padre era un hombre melancólico, ni el Valencia es un club melancólico.

Si empecé a escribir no fue para que me dieran premios ni palmaditas en la espalda. Mi objetivo siempre fue el mismo: hacer visible aquella tarde, recorrer de nuevo el segundo eléctrico en el que miles de corazones colapsaron por la emoción, resucitar en la tarde de cada 28 de marzo aquella felicidad sin freno. Las objeciones las conozco. Fue sólo un gol, la vida es otra cosa. Ya. Pero si estuviste en Mestalla el 28 de marzo de 1971 lo sabes, como lo supe yo gracias al entusiasmo y la generosidad de mi padre. Un gol como el de Forment juega en otra dimensión. Provoca felicidad. FELICIDAD CON MAYÚSCULAS.

No se puede menospreciar la felicidad, y mucho menos cuando es una felicidad modesta, forjada en el obrador de las gestas sin hipotecas, sin damnificados. La felicidad doméstica, pulcra, de domingos por la tarde a la sombra de un graderío copado por la pirotecnia festiva y la voluntad de querer llegar. El fútbol es ficción, pero la emoción que provoca no. La razón ayuda a comprender lo que somos, pero la emoción es el río que nos vertebra. Y del mismo modo que nunca le diría a nadie como celebrar sus ficciones, yo me debo al rito que articula las que deseo cultivar. Los niños de Di Stéfano, en acertadísima creación literaria de mi querido Paco Gisbert, celebramos una verdad, un hecho irrefutable, un instante de felicidad que pasó de padres a hijos, que ya pasa de abuelos a nietos. Un gol así sacude la lógica narrativa del lenguaje coercitivo e interpela en lo más íntimo con la potencia de un rayo. No necesita adjetivos. El tiempo, sólo el tiempo, enseña a preservar los instantes más luminosos.

El gol, ese gol de Forment, tiene novelas, tiene canciones y no para de crecer en el imaginario de Mestalla. Es justo que así sea. Que el propio Forment se sumara desde el principio al festejo no hace sino confirmar su calidad humana. Cualquier otro hubiera rechazado la invitación. Él no. La primera vez vino más sorprendido que halagado, sin comprender del todo el porqué de la traca. Homenajear a los muertos es justo, pero homenajear a los vivos cuando todavía pueden recoger las flores es mucho mejor. Forment hizo lo que todos los valencianistas hemos soñado alguna vez, marcar en Mestalla un gol en el descuento con la camiseta del equipo con el que soñó desde niño, un gol para ganar una liga. Lo siento, pero no imagino nada parecido, ni remotamente parecido.

Lo que se ha generado desde entonces es una corriente cargada de afectos que sigue creciendo. El gol de Forment es un acto sencillo. Nos reconocemos, nos saludamos, encendemos la traca, nos emocionamos. No hay palabras, no puede haberlas. Todo es respeto, reconocimiento, sinceridad. Los nanos que vienen aprenden una hermosa lección de vida: ni caduca la memoria, ni caduca la lealtad. No sabría decir quién se emociona más, si el homenajeado o quienes le homenajeamos. Tampoco sabría decir quién muestra más agradecimiento, si el autor del gol o quienes