Debe ser amor, Pipo

Está llamado a ser el entrenador del Valencia desde la misma tarde en la que se retiró

Rueda de prensa pressentacion de Ruben Baraja como nuevo entrenador del Valencia cf

Rueda de prensa pressentacion de Ruben Baraja como nuevo entrenador del Valencia cf / FRANCISCO CALABUIG

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Rubén Baraja estaba llamado a ser el entrenador del Valencia desde la misma tarde de 2010 en la que se retiró a hombros de Mestalla, levantado de forma espontánea (y asimétrica) entre Zigic y Joaquín. Una despedida sencilla, hecha de gratitud popular, sin la pompa institucional de un club que nunca ha dominado el arte de los desenlaces y que aún no le había comunicado que no renovaría. No restó belleza a la escena. Solos el ídolo, sus compañeros y los aficionados:la última frontera infranqueable. La misma imagen que veinte años atrás protagonizó en su adiós como jugador Javier Subirats. Fue Subi el que, con un chispazo de genio, ficharía al Pipo y a Marchena en una decisión clave para dibujar los éxitos del de un siglo que amaneció soleado en Mestalla.

Desde aquella tarde de 2010 esperábamos un momento que aplazamos por la década convulsa sufrida por el club, aguardando un instante de mar calmada para no quemar el recuerdo impoluto de una leyenda. Para no hacer pasar al Pipo por el mismo trance de Djukic o Pellegrino, devorados por la urgencia de encontrar al Simeone del Valencia. Postergábamos la ocasión, como en el ‘cant a València’ de Estellés, tan conscientes de que a los indígenas nos pierde el énfasis. Al final, la oportunidad se ha presentado en el peor momento posible, pero a su vez en el más necesario. En realidad el momento nunca se elige, el paso adelante se da por compromiso, lealtad y amor al club. It must be love, debe ser amor, aprendimos en la Balada del Bar Torino. Baraja ha repetido el mismo impulso que Valdez, Roberto Gil o Di Stéfano, que con la Liga del 71 en su palmarés y todavía fresca en la memoria acudieron al rescate del club en los terribles 80. 

En la generosidad de Rubén y Carlos firmando por 4 meses y medio sin ninguna otra garantía se nos traslada un mensaje claro. La salvación del Valencia se juega en el ‘deadline’ del 30 de junio. Es un paso adelante de ambos que no supone ningún refuerzo para el máximo accionista, al igual que tampoco actuaron en favor de Juan Soler cuando lideraron la autogestión en el vestuario que salvó al Valencia del descenso de 2008.

Es el tiempo para mantener la intensidad de la protesta social y, con esa misma inercia, hacer caso a tipos sabios como Ernesto Valverde y convertir cada partido en Mestalla en una olla a presión que empequeñezca al rival y refuerce a un equipo frágil y herido. No sucedió ante el Athletic y fue una lástima. Es muy necesario y sano hablar también de fútbol. El césped para nada desenfoca la batalla societaria. Es un momento de serenidad, de templar las pulsaciones como Ayala en Málaga. Si él reclamaba calma antes de ganar la Liga, con más razón hay que emplearla en la peor crisis histórica. Es el momento de evitar la frivolidad de idealizar el descenso de 1986.

Es mucho mejor sonreír ante cada grito visitante de ‘A segunda’, señal de que nuestra caída es tremendamente deseada por todas las pesadillas que provocamos en el pasado. La burla es más preferible que la palmada en la espalda en los tuits de los aficionados rivales de toda una vida. Baraja y Marchena saben el camino, pero solos no lo van a conseguir. Es el momento de responsabilidad, de seguir queriendo al Valencia en la calle y en la grada.

Llega el momento decisivo y hay que ir preparados. Porque la historia nos recuerda que como pasó en 1986 con los Madness sonando en la inmensa tristeza de Mestalla, en la bala esquivada en 2008 y en la despedida popular al Pipo de 2010, el momento no se elige y esta es una historia de amor en la que al final quedaremos los de siempre: los jugadores y los aficionados.

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