Sin ‘punto’ en boca

Protestan todos menos el más perjudicado. Y eso no hay por dónde cogerlo. ¿Acaso podría ser aún peor?

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Rafa Marín

Rafa Marín

Ya no se trata de que el arbitraje pase por horas bajas. Es que la credibilidad del sistema está en el subsuelo. La ausencia de un criterio único e independiente en la aplicación del VAR ha convertido la tecnología en el fútbol en un engendro. Aunque polémica nunca haya faltado, como tampoco prebendas para los de siempre, lo de ahora es la institucionalización de la injusticia. Más todavía cuando el caso Negreira ha hecho algo más que poner en entredicho la integridad del sistema.

El Barça no ha explicado qué perseguía pagándole siete millones al vicepresidente de los árbitros. El silencio del Real Madrid y la Federación sigue siendo ensordecedor. Tebas ha levantado la voz lo justo. Y la ‘omertá’ de los trencillas es vergonzante. Jornada sí, jornada también se repiten errores flagrantes. Hasta neverazos. Y las quejas van que vuelan. Desde la carta con la que se despachó Gil Marín a la cruzada del Cádiz para repetir su partido contra el Elche.

Protestan todos salvo el más perjudicado... Y ese no es otro que el Valencia, en puestos de descenso por tercera semana consecutiva por la negligencia de Lim y la puntilla de ser al que más puntos le han volado por fallos del videoarbitraje. Los suficientes como para llevar ocho más y no estar con la soga tan al cuello. 

¿Por qué se callan?

Que los jugadores y entrenadores que no sean Ancelotti se pongan un punto en la boca está justificado después de lo de Gayà. Pero la tibieza del club a raíz del robo en el Camp Nou no hay por dónde cogerla. Es en momentos así cuando más hay que levantar la voz. ¿Qué puede pasar peor que ser penúltimos y a nivel interno tener la convicción de que la demanda por la Supercopa está pasando factura?

Después de los últimos acontecimientos, hay teorías de la conspiración que suenan cada vez menos trasnochadas. Y la hemeroteca demuestra que las quejas, tanto sin son públicas como privadas, no suelen caer en saco roto. Sobre todo si se hacen. Y más aún si se hacen como toca. Poner la otra mejilla y «seguir trabajando», como declaró Corona, no es el camino. Por eso el valencianismo, oportuno otra vez saliendo al quite, se ha levantado en armas.

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