Los dos mundos

También Mestalla vio a valencianos de adopción crecer, triunfar y retirarse

Supercopa de Italia

Supercopa de Italia / EFE

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En los videomarcadores de la final de la Supercopa italiana en Riad se anunció el minuto de silencio en memoria del gran Gigi Riva y entonces, como nunca antes, cara a cara, quedaron enfrentados dos mundos opuestos. Por un lado, Riva y el poderoso simbolismo de su recuerdo. La fidelidad del delantero total, lombardo de nacimiento, que permanece durante toda su carrera en el modesto Cagliari, llevándolo desde Segunda a ser campeón de Liga, desafiando con goles la marginación a la que se veía sometida Cerdeña, con el extra de los gritos despectivos de «pastores» y «bandidos» en los estadios del norte. Pudiendo fichar cada verano por la Juventus, se quedó en la isla hasta el final de su trayectoria, hasta el final de sus días. En el otro lado, tenemos los silbidos del público saudí durante el homenaje a Riva, Rombo di Tuono, que nos muestra la variante más hostil del fútbol moderno, capaz de deslocalizar sedes de torneos nacionales, reclutar a golpe de talonario a estrellas como Cristiano y Benzema y despreciar el silencio por las leyendas desaparecidas que interrumpen durante un minuto la fanfarria dorada de su circo. Dos mundos. Uno con las raíces milenarias de un olivo, otro con lealtades líquidas a un precio por convenir.

También Mestalla vio a valencianos de adopción crecer, triunfar y retirarse a vivir entre nosotros. También la desmemoria agrieta en ocasiones su legado, sin que podamos echar la culpa a la arrogancia de las nuevas potencias emergentes. Las tensiones entre el mundo viejo y el nuevo tienen en el fútbol un constante reflejo, muy visible en el Valencia. Las últimas tardes de Mestalla resisten durante 15 años de partidos póstumos que han ayudado a dimensionar, a nivel internacional, el valor de una catedral exponente del fútbol más clásico. Un recinto lleno de solera con los días contados porque somos incapaces de deshacer el amasijo financiero y jurídico de los excesos de frenada del fútbol moderno con el Nou Mestalla.

Los dos mundos se enfrentan incluso cuando aparentan ser simétricos. En ‘Línea de Fons’, en Àpunt, el maestro Fernando Gómez Colomer reconocía que ve similitudes entre el Valencia de Rubén Baraja, juvenil, coral y que corre movido por un viento huracanado, con el equipo de canteranos que rescató al club con el ascenso de 1987. El niño que yo era en la época también ve reflejada en esta Quinta del Pipo los valores y la pureza del título invisible de los 80. Todos los éxitos posteriores cabalgaron sobre el esfuerzo de una generación que obtuvo la recompensa de permanecer unida durante una década. La memoria del aficionado detecta que la materia prima, hoy, es idónea para crecer y marcar todo un capítulo de vida mestallista. Que al igual que los Fernando, Quique y Arroyo, los Javi Guerra, Mosquera y Fran Pérez tengan la oportunidad de madurar y crecer como grupo, volver a pasear con garbo por Europa, alcanzar con el tiempo su máxima expresión competitiva y estética bajo unos mismos colores. Es decir, la rareza que evocase la fidelidad antigua de Gigi Riva, que como las paredes viejas de Mestalla congelasen la llegada de los tiempos modernos. Un sueño clásico ante la realidad del mundo nuevo, y sin embargo tan caduco, del 92% del capital accionarial en manos de Lim.

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