"Podremos hacer una valoración del equipo cuando lleve un tercio o un cuarto de competición, ahí ya hay margen para ver qué brotes tiene y en qué se fundamenta". Parafraseando a Marcelino en la comparecencia de prensa en la que trató de amortiguar el impacto del empate en el Derbi con el Levante UD, ha llegado el momento de comenzar a juzgar a su Valencia CF. Consumido el primer cuarto del curso de competición, el equipo no gana y cada partido compromete más sus aspiraciones de temporada, al punto que a estas alturas queda a nueve puntos de la Champions y a dos de las posiciones de descenso. Sobre el terreno de juego su equipo no consigue los resultados y en las ruedas de prensa el técnico da cada vez más muestras de haber entrado en un bucle sin salida. El discurso toma forma en los hechos y da la sensación de que cada vez se toman peores decisiones a la hora de buscar una reacción. Es una cuestión de simetría, un circuito perfecto que no encuentra solución y que alimenta la desesperación en el entorno dos veces por semana. Marcelino se repite. Lleva mes y medio con el mismo análisis, desde el partido ante el Betis. Insiste habitualmente el asturiano en que el equipo quiere, que los jugadores se esfuerzan y que las victorias están a la vuelta de la esquina, no encuentra "explicación lógica" a tanto empate y solo habla de "insistir, insistir e insistir" porque la victoria, aunque no llega, no está tan lejos.

Todos los accidentes se refrendan con la misma canción. Si la gravedad del equipo exige análisis profundos y flexibilidad en la toma de decisiones, el técnico se manifiesta justo en las antípodas: diagnósticos superficiales mientras se parapeta en sus convicciones. La falta de eficacia en el área, el no ganar los duelos... Marcelino ha marcado mucho la parte individual y se ha olvidado demasiado de la parte colectiva en determinadas ruedas de prensa. Cuando ha roto el guion la mayoría de veces ha marcado públicamente a sus futbolistas por su bajo rendimiento -casos de Rodrigo o Murillo, por ejemplo, además de no reconocer el valor de algunos partidos de Soler, al tiempo que se deshace en elogios con Parejo- mientras que a él le faltó autocrítica: le faltó decir que había fallado. Desde Rubi -jornada 2- ha habido entrenadores que le han ganado en la pizarra -Mohamed, Allegri, Seoane- y otros, sin necesidad de grandes exhibiciones -y reconociendo haber hecho un partido gris- como Pellegrino fueron capaces de sobrevivir con defensa de cinco, negándole los espacios y la posibilidad de correr. Eusebio, el último de la lista, le ganaba el sábado por primera vez en siete partidos al asturiano con un equipo mermadísimo por las lesiones.

Niega que exista una crisis

Negar la crisis, como ha hecho en dos ocasiones, es negar la evidencia. Se ve en el resultado, en las sensaciones y hasta en el lenguaje gestual de un equipo alicaído, triste y que se va a la lona al primer golpe: cualquier revés es definitivo, los más recientes ante Young Boys o Girona. El equipo no tiene fortaleza mental -confianza- ni herramientas para rehacerse y sobreponerse a un contexto adverso y escudarse en que el equipo defiende bien y no se ve desbordado es una línea muy delgada para marcar el éxito y el fracaso; también, un mensaje en términos de autoexigencia. Futbolistas como Rodrigo, en cambio, sí lo han interpretado claramente: el éxito es ganar partidos y perderlos es un fracaso. El Valencia CF vive instalado en la incapacidad. En una cuestión puntual se valoran muchas variables e incluso entran en juego mensajes estratégicos para amortiguar golpes -el fútbol está lleno de teatralidad, eufemismos y mentiras piadosas- pero para salir de la crisis se necesitan verdades y realidades, no justificar cada derrota con un argumentario que destila como conclusión principal que el Valencia CF perdió por circunstancias puntuales o mala suerte. El primer paso para volver a ganar es asumir la crisis, negarla y repetirse es quedarse en 'stand-by' o involucionar. Marcelino, en este sentido, llegó a dividir los partidos de LaLiga en mitades y dijo que había perdido solo dos mitades de 24 -la segunda parte ante el Espanyol y Young Boys-, un recurso verdaderamente rebuscado para justificar el tono competitivo.

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Explicar una derrota es fácil y puede que útil con lecturas superficiales pero en una racha larga, de varios meses, pierde cualquier valor y alimenta la crispación. Los problemas del Valencia CF está claro que no tienen que ver solo con el entrenador pero Marcelino tiene que dar su mejor versión en todo lo que implica liderar un equipo de esta dimensión. De la sala de prensa a los partidos o la Ciudad Deportiva. La situación le exige como entrenador y como psicólogo y requiere una intervención directa para trastocar el estado de ánimo de jugadores -a los que ha traído él y a los que ha elegido en la cadena de líderes- necesitados de confianza. Insistir siempre en lo mismo le ha hecho ir perdiendo fuerza cuando no ha tenido resultados y transmite la sensación de que no encuentra la salida del laberinto, ni ante el micrófono ni con la pizarra.

Al entrenador que condujo al Valencia CF a la Champions, superando incluso las expectativas del club, la afición se encomienda esperando un giro, una decisión... Algo inesperado y que sorprenda pero Marcelino no sale del bucle. Más de lo mismo. La consecuencia es clara: pérdida de fe en tiempo récord, tanto en la grada como en el vestuario, que anda confuso porque no llegan los resultados y eso, inevitablmenete, les hace dudar de todo. En definitiva, Marcelino y el equipo son una caricatura de lo que fueron: sin fantasía ni recursos, industriales, grises y previsibles. Es difícil adivinarle una frontera y solo se puede armar con la confianza que producen las victorias -el potencial de la plantilla es alto- pero no valdrá con una puntual. El Valencia CF necesita una racha. Cada semana que pasa la grieta es más grande y puede abrir al equipo en canal. ¿Será capaz de aguantar el tirón y darle la vuelta Marcelino antes de ese momento?