Absolutamente nadie puede decir que la crisis total en la que se encuentra el Valencia le haya cogido por sorpresa. El fútbol siempre avisa y lo que está ocurriendo se vislumbraba desde lejos. El regreso de la competición, torcido desde el penalti de Diakhaby, ha confirmado todo lo que se temía. La estrategia fue suicida. Y la atmósfera ahora es la de un equipo destruido en la que los próximos acontecimientos, a falta de ponerles fecha, son más que previsibles. Celades será el primer sacrificado pero no el único de una caída en barrena del todo virulenta. La imagen de Rodrigo en la grada con los ojos llorosos y mirando al infinito lo dice todo. Se ha acabado una etapa. ¿Crees que el Valencia CF debe despedir a Celades antes de la próxima jornada?

Con una versión cada vez peor que la anterior, el Valencia continuó en La Cerámica su absurda carrera hacia la nada. El Villarreal, que sí es un firme candidato a la Champions, no desaprovechó la oportunidad que ni pintada que le pusieron para destrozar a un rival en el que desde el pitido inicial las señales de mediocridad fueron las ya de sobra conocidas. Celades lleva nueve meses en el banquillo pero es ahora cuando parece que llegó ayer. Quedó claro desde la alineación: no tiene claro el equipo, ni la selección de jugadores ni el modelo de juego. Pese a perder por dos goles lo mejor fue el marcador. Mientras se jugó la diferencia resultó abismal, tanto en la puesta en escena como en el talento. Después los groguets decidieron levantar el pie.

A falta de siete jornadas está claro que soluciones mágicas no hay. En cada esquina hay un fuego declarado. A cada cual más desagradable. Por ejemplo el de Maxi, para colmo devaluado con sus peores registros desde que llegó a España. Celades, en un punto ya indescifrable, intentó en la medida de lo posible abrir las ventanas, pero eso no significó que entrara aire limpio en el once. Pese al incendio, el técnico confió en el uruguayo, al que no le llegó ni un balón en condiciones. Y, rizando el rizo, prefirió a Wass antes que a Kondogbia. Calleja, con todo mucho más claro, alineó su mejor centro del campo posible con Iborra, Cazorla y Anguissa. Era inevitable que al Valencia se lo merendaran.

En medio de un ambiente de ultratumba, los goles fueron coser y cantar. Los dos preciosos. También un retrato fidedigno de los defectos del Valencia. En el primero a Gerard le dejaron todo el tiempo para pensar. Gabriel defendió con la mirada, Florenzi fue un espectador de lujo al que no se le pasó por la cabeza ir a cerrar y Alcácer, en una alfombra roja, se sacó un remate perfecto que no celebró por respeto. El de Torrent vio venir el balón, se preparó el tiro, acomodó la pierna, tensó el pie y puso el balón donde quiso. Podrían pasar muchos partidos para ver un gol de tan bella factura pero bastó un rato para que llegase otro. Gerard, de asistente a rematador, ejecutó minuciosamente el ritual de un delantero de área. Abrió los brazos, arqueó el cuerpo e impactó en el momento preciso. Un instante después el balón entraba en la portería. La pasividad, de nuevo, fue total. Cazorla, con la chistera en la cabeza, templó con la espinilla un saque que venía de Asenjo. Partido decidido.

Los errores en defensa, tan numerosos como inexplicables, ya no sorprenden a nadie. Cillessen no estuvo tranquilo ni un momento. Los centrales tampoco. Gerard cabeceó al poste y el portero se apartó para que el rechace no lo salpicase. Luego apareció Anguissa, Alcácer se puso a tirar faltas y las oportunidades se fueron sucediendo. Guillamón, de nuevo en el once, evitó que Gerard volviese a enfilar área forzando una amarilla. En ataque el Valencia ni compareció. Por el camino, para más inri, se quedó Gayà por lesión. Asenjo se fue sin hacer una parada. Le sacó una mano a Gameiro, pero la jugada estaba invalidada. Sobraba partido por todos los lados. Ya no es en el campo donde el Valencia se la juega.

Estas son las notas del partido