Opinión

Ojalá ser Anil Murthy

El problema del presidente del VCF es precisamente no estar a la altura del cargo

Murthy se ausentó de la reunión del pasado viernes sobre el reparto de entradas.

Murthy se ausentó de la reunión del pasado viernes sobre el reparto de entradas. / Eidan Rubio

Siempre le he tenido un poco de tirria al Barça y seguramente sea por culpa de mi familia. Todos en mi casa se hicieron culés por el motivo más despreciable que puede existir en este mundo de las cosas poco importantes: ganaban todo y tenían a Ronaldinho. Un miércoles cualquiera llegaron inquilinos nuevos al 10B, al lado de mis padres. Antes de deshacer las maletas, se pusieron a estrenar la terraza que conecta los dos pisos, el lugar ideal para ver el fútbol a partir de las 21. Arrancó el Real Madrid-PSG y mi madre, la más barcelonista de la casa, descubrió de la forma más molesta posible el madridismo profundo los nuevos vecinos. Relación rota desde el día uno. Estoy convencido de que en un universo paralelo, sin colores de por medio, la relación podría ser excelente

Con el presidente del Valencia pasa algo parecido. Anil Murthy es un tío socarrón, con don de gentes en la distancia corta. Una de esas personas con las que te lo puedes pasar bien tomando algo, el típico que siempre tiene una historia bien traída para contar en una sobremesa. A veces desearía ser Anil y habérmelo montado tan bien como él. Poder trabajar a ráfagas, solo en esos días en los que uno se levanta dando un salto mortal. Poder escribir solo los días en los que las palabras salen solas, que nadie pueda quejarse si esta columna no llega a tiempo a la imprenta. En un universo en el que las malas decisiones no tienen consecuencias, uno solo puede ser feliz.

“¿Qué más me da a mí el reparto de las entradas?”, habrá pensado Anil Murthy. Tener que ir a Madrid a reunirme con Rubiales y que me peguen la chapa. Siempre me vas a encontrar en ese barco: ojalá pudiera huir de todas y cada una de las reuniones de Zoom que la vida va poniendo en mi camino. El problema de Anil Murthy no es ser pasota, hedonista o impulsivo. Ahí, en ese perfil, nos reconocemos unos cuantos. Seguramente no es tan malo como él se empeña en demostrar que es cada vez que le pitan en un campo. Estoy convencido de que algún presidente peor debe haber por ahí, aunque así de entrada me cueste encontrar un ejemplo bien traído que redondee el argumento.

El problema ni siquiera es que Anil presida el campo de Mestalla cada quince días, sino su empeño por hacer del club un ente a su imagen y semejanza. Convertir el Valencia en un badulaque -literalmente- donde sus pasadas de frenada sean las de una entidad que sí sufre las consecuencias. Hacer que la Federación le pueda exponer en público con tuits como los que él dedica a periodistas del medio local en la única cuenta que censura a sus aficionados. Ese es el respeto que se ha ganado el presidente del Valencia. El problema es la imagen que tienen de él sus homólogos, los que se sonrojan con sus actuaciones en el palco y los despachos. Estoy convencido de que la intrahistoria del último desplante en Madrid también da para una buena anécdota de sobremesa.