Maneras de resistencia

Partidos en las plazas de las iglesias durante décadas y niños que honran a los ídolos de sus abuelos. Hay vínculos que resisten.

La traca en homenaje al gol de Forment instaurada por Rafa Lahuerta se convierte en un acto de culto del valencianismo

La traca en homenaje al gol de Forment instaurada por Rafa Lahuerta se convierte en un acto de culto del valencianismo / GERMAN CABALLERO

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En las últimas horas me han impactado dos escenas, y ninguna de ellas es una bofetada en los Oscar. En los trabajos de restauración del tejado de la iglesia de Santo Tommaso de Ascoli Piceno, en Italia, han rescatado más de cien balones perdidos. Había desde ejemplares de Argentina 78, hasta esféricos actuales. Y el lunes pasado me asombró la presencia de chavales en la celebración de la traca de Forment. Partidos en las plazas durante décadas y niños que honran a los ídolos de sus abuelos. Hay vínculos que resisten y que no se ven alterados con modas, finales, descensos o lentas descomposiciones de media tabla con dueño ausente. No solo es que nada esté perdido, sino que sin necesidad de que hayamos tomado conciencia de ello, ya hemos ganado.

 Entre medias, el Valencia publicó cómo se repartirán las entradas para la final de Copa. Un asunto que debe ser bastante parecido a realizar una convocatoria de 18 jugadores entre una plantilla de 120 integrantes. Cualquier método por el que se opte dejará damnificados y resultará traumático. O es una mano o un pie, pero por algún sitio hay que cortar. En el caso del Valencia el riesgo de injusticia aumenta al estar ante un caso único de club que, como ya se ha dicho alguna vez en esta columna, comparece en las finales con la euforia desbocada de la primera vez, pero con el músculo social poderoso de entidades para quienes los títulos son antes costumbre que expectativa. El mismo mestallismo de los tres cuartos de entrada los domingos de rutina podría llenar dos Cartujas y pedir préstamos para sufragar el viaje. Hasta la pirotecnia siempre, el lema primo hermano de «la voluntad de querer llegar».

Pero en la próxima final, el corte deja fuera dos imprescindibles clases de aficionados. Expulsar de la ecuación a las peñas es un evitable ejercicio de venganza. Como detallaba mi compañero Andrés García, muchos peñistas locales podrán asistir al cumplir igualmente los requisitos, pero duele el portazo a los aficionados de otras ciudades, países y continentes, que sostienen la bandera blanca en la minoría y se reúnen para ver al murciélago en plena madrugada asiática, antes del alba en Ciudad de México o rodeados de la abrasiva influencia merengoculé en cualquier punto de la península. El Valencia de antes, el de siempre, cuidaba de esos bastiones. Era el club con Pasieguito emocionado, saludando en los viajes europeos a los valencianistas emigrados en Alemania o Bélgica, que habían pedido permiso en la fábrica para reencontrarse con su equipo. En días así se enmarcan fotos para colocarlas al lado de las de bodas y comuniones, se forjan adhesiones de por vida, maneras de resistencia.

El otro tajo ha apartado a los aficionados más jóvenes. Una generación sufrida, que en un buen porcentaje ha crecido en el valencianismo conociendo solo a Peter Lim como máximo accionista. A efectos de drama, ya superan a mi generación, la que pisó Mestalla justo antes del descenso de 1986, pero que se recuperó de golpe y en un fútbol de reglas más básicas. Han elegido al Valencia por transmisión familiar, pero en un deporte en el que la batalla por la militancia es líquida y global, se libra a golpes de éxito y donde es igual de fácil comprar una camiseta de Messi o Haaland, como una de Carlos Soler.

A unos y otros, tanto el peñista que haría miles de kilómetros desde Bilbao a la Cartuja, como a una joven aficionada que asiste por primera o segunda vez (si ya acudió en 2019) a un partido así, me los imagino especialmente implicados en la animación. En todo caso, resulta llamativo que los más afectados sean dos grupos de un interés clave en la estrategia a futuro: juventud e internacionalización de la marca. Y sobre todo para unos gestores a los que se les presupone una perspectiva cosmopolita del negocio. Ante el temor al futuro, siempre quedarán balones colgados en las iglesias y los niños que sepan quién fue Forment.