La norma, la excepción y el disparate

Contra el no proyecto de Peter Lim rebotan entrenadores de toda condición

Gattuso atiende a los medios de comunicación en su despedida en Paterna

Gattuso atiende a los medios de comunicación en su despedida en Paterna / JM López

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Jorge Valdano me contó una vez cuál era el plan que diseñó junto a Javier Subirats para que un futbolista como Romário pudiese tener encaje en el Valencia. El secreto pasaba por incorporar a la plantilla a gente muy madura, de tipos como Djukic, Carboni, Milla o Angloma, que marcasen a los más jóvenes una línea clara de exigencia y compromiso: «Un jugador como Romário requiere excepciones», relataba Jorge, más de dos décadas después.

«Si la plantilla es inmadura, se confunden y hacen cola detrás de la excepción y no de la norma». Los veteranos fichajes mostraban el camino liderando con treintaytantos las pruebas de velocidad y resistencia. Eran la red de seguridad para que los Mendieta y Farinós no siguiesen el ejemplo de un genio caprichoso como Romário. El paso del delantero brasileño fue un fracaso rotundo, que se llevó por delante a Roig y al propio Valdano, pero que llevó aparejado un éxito en diferido, no declarado, como la consolidación de los pilares que llevarían al Valencia a los éxitos a partir de la Copa de 1999.

Rescato la anécdota porque, incluso en los episodios que recordamos como más frívolos del pasado del Valencia, en los que los dos otoños amargos de Romário ocupaban el «top 5», había una estrategia de club, una cultura futbolística. Había una visión a largo plazo que podría enseñarse hoy en una asignatura optativa en cursos de dirección deportiva, si se comparan con la devastación contable y sentimental del Valencia de Peter Lim. Pienso en esta plantilla descompensada con proliferación de futbolistas jóvenes, muchos de ellos cedidos y bloqueados ante este incendio colosal a un punto del descenso, y me pregunto a qué norma deben seguir más allá del coraje de Gayà, de qué excepción tienen que escapar, cuando lo que domina la escena es la anomalía, el disparate institucionalizado. Solos en el ojo del huracán.

Contra el no proyecto de Lim rebotan entrenadores de toda condición: locuaces comentaristas sin experiencia en los banquillos ni aclimatados a LaLiga como Neville, señores de prestigio internacional y orgullo inmaculado como Prandelli, orfebres meticulosos como Marcelino, técnicos acostumbrados a inversores excéntricos como Gracia, tipos currantes hechos a sí mismos desde la segunda regional como Bordalás y que acaban chamuscados cuando les llega la oportunidad trabajada durante toda una vida. Contra Lim rebota el fútbol. 

Con Gattuso se devora otra categoría. La de un entrenador pasional, con discurso propio, que utilizó su carisma como terapia de choque para llenar Mestalla y liberar a una plantilla estigmatizada y cada vez con menos recursos. Un efecto burbujeante, lo suficientemente llamativo para abrirle ahora las puertas de otros clubes, pero que no ha resistido la lógica del fútbol, ante proyectos más pacientes y con raigambre, con la Real Sociedad de paradigma anhelado.

A lo que hay que sumar la habilidad de nuestros nuevos rivales directos que han aprovechado el invierno para abastecer el granero con nuevos fichajes. Ante ese escenario, al ejercicio honesto de apartarse a un lado, a Gattuso le ha faltado la rueda de prensa con verdades que engrandece con el tiempo, cada temporada más, el relato de Prandelli.

En uno de sus excesos discursivos, en los que el fútbol trata de hacer verídico lo imposible y de alegrar vidas entristecidas, Gattuso fantaseaba con ser el Simeone del Valencia. En el tiempo en el que el Cholo lleva dirigiendo al Atlético, en Mestalla ha habido 16 relevos en el banquillo. La lucha por la permanencia, y el camino más largo para enterrar el disparate y regresar hacia las normas y excepciones de un club sensato, dependerá solo del valencianismo.

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