Érase una vez en América

Juan de Dios Crespo

Juan de Dios Crespo

La fabulosa película de Sergio Leone (un italiano deslumbrando a Hollywood) no es sino el escalón que me permite escribir sobre lo que FIFA ha decidido, en esta última semana, respecto del Mundial de Fútbol norteamericano (Estados Unidos, México y Canadá) de 2026. En efecto, lo grandioso del continente, con solo tres países, hace que los 48 equipos que participen en él vayan a tener que viajar millas y millas.

Como si se tratara de una conquista del Oeste, los futbolistas tendrán o tendrían que llevar sus carromatos (eso sí, en avión) de un lado al otro del inmenso territorio. Pero la FIFA, alertada de ese descomunal esfuerzo que habría que hacer y del cansancio que podría reportar a los jugadores, ha decidido que deberán hacerse grupos “regionales”.

Es decir que el sorteo del Mundial va a tener en cuenta, en primer lugar, la cercanía de las sedes, con el fin de, después, acomodar a los distintos grupos y equipos. Eso es lo racional, porque viajar miles de kilómetros, en una primera fase donde los partidos se jugarán cada tres días, si han de estar en el camino casi un día entero, no puede sino fastidiar la recuperación e incluso la preparación previa de los partidos.

Hemos pasado, pues, de un Mundial de bolsillo, en Qatar, donde todo se jugaba en un radio de acción de 25 kilómetros (entre los estadios más alejados de Doha y sus alrededores) a tener ahora que recorrer los 5527 kilómetros en Vancouver y Miami, por ejemplo, o los 4800 entre Nueva York y Seattle, o los 4000 entre Toronto y Guadalajara. Entre ir a los aeropuertos, la espera, los vuelos, la vuelta a esperar a la llegada, hubiera sido la historia interminable.

Acostumbrados a vivir en Doha y sus suburbios, el cambio será, de todos modos, complicado de vivir, pero si, como va a hacer FIFA, se obvian esas enormes distancias (de momento solo en la primera fase), la cosa cambiará. Ahora bien, ¿cómo acomodar las sedes, que son 11 en los Estados Unidos, 3 en México y 2 en Canadá) con las necesidades de que los tres países queden contentos? 

Complicado va a ser y si bien está claro que Toronto, Nueva York/Nueva Jersey, Boston y Filadelfia están cerca y bien podrían ser las sedes de uno o dos grupos, ¿qué hacer con Seattle y Vancouver, las más alejadas en el Oeste, que sin duda tendrán que estar junto a San Francisco y a Los Ángeles, que, si bien están alejadas en el Sur, al menos no están a distancias estratosféricas.

Las tres ciudades mexicanas, que parecen más distantes, tendrán, al menos, a Houston y a Dallas, los grandes centros tejanos, a un trayecto no tan enorme, además de que fueron, años ha, parte de México (pero no entremos en política). Queda aislada, en tierra de (casi) nadie, la ciudad de Miami, que obviamente será la menos acomodaticia para las selecciones, porque los viajes serán sí o sí mucho más largos al no tener “vecinos” cercanos, con los que compartir un grupo.

En fin, que la cosa no va a ser fácil para FIFA, aunque también queda sabe quiénes se van a clasificar y, con ello, quizá empiecen otras discusiones para estar “cerca” de una ciudad. Los italianos querrán estar más cerca de Nueva York/Nueva Jersey, los irlandeses de Boston, los chinos de Vancouver, etc… por sus lazos con las comunidades de esos lares.

Eso, sin contar con que los mexicanos desearán estar en su país, o como mucho en Los Ángeles, donde está la comunidad más amplia fuera del propio país. España, si se clasifica, querrá o bien Miami, o California o México, donde tan bien se le recibió en 1986, en el anterior Mundial de aquel lugar.

Es un auténtico rompecabezas que, si bien es necesario, da muestra de la dificultad de organizar un mundial en varios países, aquí en un continente entero. No será lo mismo si los portugueses, los marroquíes y nosotros lo logramos para el 2030, porque las distancias no son grandes y se podrá (ojalá ganemos) estar de un lugar a otro en poco tiempo. De Valencia a Lisboa o a Casablanca se llega casi en un santiamén.

En fin, que cuando se apuesta, se gana y se alegra uno, quedan después una retahíla de trabajos a realizar, todos complejos, como el que he relatado hoy. En esta primavera, que el tiempo altera (como casi siempre) nos vino abril sin demasiada lluvia, pero mayo ya ha traído y traerá más. Por ello, propongo mantener ropa no veraniega, a pesar de que estamos todos con ganas de hacerlo y, entre esos grados que suben y bajan, recomiendo leer el libro de Vicent Marco, “Esmorzars valencians”, no solo para disfrutarlo, sino, sobre todo, para recorrer los caminos que nos abre y, como yo me he propuesto, con mis amigos Luis y Paco (éste último quien me lo regaló) ir a todos esos centros del placer culinario autóctono, aunque nos cueste años…

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