El neceser de Cavani

El fichaje en su día del uruguayo es una muestra más de la aberrante incapacidad de la dirección deportiva para cerrar incorporaciones con un mínimo de sentido

Edinson Cavani llegando a las pruebas médicas de inicio de temporada

Edinson Cavani llegando a las pruebas médicas de inicio de temporada / JM López

Gauden Villas

Gauden Villas

El mundo del fútbol alberga no pocos misterios insondables ¿Cómo se han podido pagar 179 millones en traspasos por una medianía como Morata? ¿A quién se le ocurrió designar a Gayà para lanzar aquel o cualquier otro penalti? ¿Cuál fue el origen de las convulsiones de Ronaldo antes de la final de Francia 98? Pero ninguno genera en el aficionado tanto desconcierto como el del contenido del neceser de los futbolistas ¿Qué guardan en él con tanto celo? ¿De verdad les resulta tan necesario acudir a los entrenamientos o partir a las concentraciones con el bolsito bajo el brazo? ¿No les proporciona el club champú suficiente? El de Cavani es, con todo, de una discreción que encaja con un personaje que, pese a haber gozado en el pasado de un estatus de estrella mundial, se ha comportado siempre con absoluta discreción. Pero no son pocos los futbolistas, los del tipo Vinicius, Alba o Castillejo, que lucen para la foto con un contundente e inconfundible Louis Vuitton, tan hortera como las novias de prominentes pechos que se los regalan para San Valentín. Sin que los demás alcancemos a comprender para qué.

Parece llegar Cavani al entrenamiento como el petanquista a su área recreativa. Ropa fresca que no está Valencia para muchas alegrías climáticas, el móvil por si llama la parienta en medio de la faena, el reloj porque a cierta edad hay que tener clara siempre la hora y la funda para las bolas y el boliche. En lugar de la mítica Vespa de Tito Bau, llega el uruguayo en un taxi, seguramente porque el coche lo tiene ya camino de Buenos Aires, lugar al que debió seguramente mudarse hace ya un año.

Poco tiene que ver la reacción de los aficionados al verlo hoy con lo que sucedió el verano pasado. Entre todos conseguimos hacer creer a la gente que esta versión de delantero tenía algo que ver con aquella que era el terror de las defensas del mundo entero. Hubo quien incluso se apostó, igual que si Cavani fuera Mbappé, a narrar sus peripecias pre-fichaje desde el hotelito madrileño en cuyo gimnasio trotaba a ocho minutos el kilómetro porque el cuerpo no daba para más. Conectaban cada media hora como si aquello fuera de verdad algo importante. Y lo que a la práctica llegó es un señor que necesitaba un campo de entrenamiento para prepararse para su última Copa del Mundo, a poder ser aderezado con un suculento salario con el que tener contenta a la pléyade de mantenidos que viajan y viven con todo millonario sudamericano.

Cavani no engañó a nadie. Cualquiera que quisiera saber habría escuchado a los compatriotas del charrúa, que lo catalogaban ya de exfutbolista más pendiente de su semanal visita a la enfermería que de cualquier otra cosa. Le duró la fiesta lo que necesitó para estirar un poco los músculos y que su seleccionador no tuviera más remedio que ponerlo de vez en cuando, algo nada difícil teniendo en cuenta que sus rivales en el once eran un todavía más acabado Suárez y un perfecto inútil como el exvalencianista Maxi. Tras el Mundial, se terminó Edinson. Otra vieja gloria empeñada en su ocaso en empañar, arrastrándose por los campos de Europa, una carrera rutilante. Y una muestra más de la aberrante incapacidad de la dirección deportiva del Valencia para cerrar incorporaciones que tengan un mínimo sentido.

Suscríbete para seguir leyendo