Contra la tristeza

Se libra el episodio final para salvar al Valencia Club de Fútbol de la tristeza final

Presentación del Valencia en el Trofeo Naranja

Presentación del Valencia en el Trofeo Naranja / Francisco Calabuig

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En ‘Literatura Infantil’, el novelista chileno Alejandro Zambra describe la tristeza futbolística desde la insatisfacción permanente que sacude la vida de los equipos grandes, como el “triunfalismo desagradable” de su Colo Colo. Una exigencia bárbara que nos señala en aquel Mestalla con convulsiones tectónicas de principios de siglo. El discurso que a duras penas pronunció entre silbidos Jaume Ortí después de ganar la Liga, el coche zarandeado de Héctor Cúper a tres meses de jugar en París, la pancarta de “Quique me aburro” en un Valencia que ni pisando los cuartos de final de la Champions lograba serenar la respiración acelerada de su pueblo. Como ruta de escape, Zambra fantasea con la tentación del cambio de club, con enrolarse en las hazañas del equipo pequeño y orgulloso que logra salvarse de milagro o se da la alegría de tumbar a un gigante entre un mar de derrotas. De nuevo aludidos, y sin tener que cambiar de camiseta, por obra y desgracia de Peter Lim

En Mestalla conocimos esa tristeza imperceptible, nacida de la frustración de querer comerse el mundo. Y hoy nos abruma la angustia de la tristeza evidente y cruda de un Valencia humillado por un broker megalómano. Por más que hayamos sido conscientes de cada instante del desmantelamiento de este club, la fotografía que deja la presentación sorprendió hasta a los más memoriosos del lugar. “Jamás se empezó una temporada de manera tan pesimista”, constata Paco Lloret. Ya no queda rastro de la velada exageradamente feliz del reencuentro con el equipo, de la ilusión por los fichajes en un Mestalla de susurro festivo y estival, distinto a la tensión competitiva de invierno.

En una presentación como aquellas, en el recuerdo de la institución que fuimos, la lógica sería la de intuir el relevo casi definitivo entre Parejo y Carlos Soler, con la misma naturalidad con la que el brazalete pasó de Roberto Gil a Claramunt. Y Javi Guerra atendería a la escena empapándose de cada detalle, como aquel Mendieta mudo y observador de los tiempos de Hiddink, sabedor de que su formación hacia la élite era paciente, y que era tiempo de aprender, sin verse abocado a la responsabilidad de cargar con las riendas de un gigante ultrajado, como le sucede hoy al centrocampista de Gilet.

Escribe Zambra: “Vivíamos en un mundo horrible, pero lo único que parecía afectar a los hombres era un resultado adverso en el partido del domingo”. Seguimos habitando un mundo tan o más horrible y al valencianismo ya lo han arrojado a la más honda de las melancolías. Solos y casi derrotados, con Baraja, Gayà, MESTALLA y un puñado de canteranos que recordaremos en los tomos de historia, se libra el episodio final para salvar al Valencia Club de Fútbol de la tristeza final.

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