Peris Frígola se quedó corto

Como en la profecía del directivo con el estadio, las victorias y derrotas más trascendentes explotan al cabo de los años

Jose Peris Frigola, constructor y exdirectivo del Valencia CF

Jose Peris Frigola, constructor y exdirectivo del Valencia CF / SD

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Las victorias y derrotas más trascendentes en el fútbol se activan con control remoto y explotan al cabo de los años. Y así sucede que un descenso en 1986 puede ser la semilla de un renacimiento. O que en un banquete de gala en Montecarlo, después de ganar la Supercopa de Europa y coronarse estadísticamente como el mejor equipo del mundo, la vanidad de un constructor, sentado en una mesa distinta que la del Príncipe Alberto, sea el pecado original que lleve al mejor Valencia hasta el más profundo de los infiernos, en el que seguimos chapoteando sin que las brasas ya no duelan. La predicción de José Peris Frígola a preguntas de Peio Bort cuando recordaba su rechazado proyecto para reconstruir Mestalla - «Haced lo que queráis, pero el Valencia algún día lo lamentará»- no tuvo entonces el eco de una profecía, en aquella ciudad que empezaba a dar los primeros pasos acelerados hacia la euforia colectiva. Sobre el papel, una reconstrucción de Mestalla con el molde que años más tarde utilizó San Mamés habría evitado el monumental bloqueo que hoy azota a un club desnaturalizado desde Singapur y con un futuro estadio que, antes incluso de nacer, ya acumula el pasado de estar varado desde hace tres lustros. Especular sobre escenarios posibles es inútil, sobre todo en el fútbol. Pregunten a Pizzi: su mano a mano ante Kahn habría evitado la tormenta en Karlsruhe y desde el banquillo fue testigo privilegiado de aquel cabezazo de Mbia a las puertas de una final europea. Sueño con ese Mestalla de 67.000 espectadores que imaginó Frígola. Pero, en el camino, creo que pocos cambiarían la capitulación del Leeds United en las semifinales de Champions de 2001 sobre el verticalísimo Mestalla heredado del roigismo.

Sí hay una victoria cocinada a posteriori y cada vez más evidente. El Valencia jibarizado e invisibilizado por Peter Lim, proyecta una añoranza muy potente sobre los antiguos dirigentes. Una idealización con matices y trampas amables, pero es de justicia recordarla. Peris Frígola, Francisco Roig o Jaume Ortí no podían ser más distintos entre sí, pero quedaban unidos por el lazo de ser hombres de fútbol, conocedores del sector, asiduos a Mestalla desde pequeños y movidos por el anhelo de un club grande y representativo. Su filtro era directo, el código podía ser hasta noble. Una cercanía directísima, como cuando una conversación espontánea en Paterna con Vicente Andreu, de excursión dominical con su nieto para que le firmasen un balón, acababa con titulares tensos hacia Rafa Benítez por las diferencias en la política de fichajes. Un club reconocible, tan distinto de las decenas de sociedades opacas con las que Layhoon Chan compatibiliza la gestión de una entidad desprovista de su vieja e innegociable aspiración. Nos referimos también a Manuel Llorente y sus rifirrafes en junta de accionistas con la ironía refinada de Ríos-Capapé, al valencianismo de comarcas de Pepe García Roig. Hablo de una clase de dirigentes, con sus imperfecciones y controversias a cuestas, pero plenamente valencianista y de un Mestalla que entonces no perdonaba a un equipo campeón la más mínima distracción y hoy convoca olas mexicanas en las aguas estancadas de la mediocridad. El Valencia ambicioso, fanfarrón, la pesadilla incurable de los poderosos, puro punk incomprendido. Cada necrológica, cada entrevista vintage, nos recuerda la derrota vigente. Peris Frígola se quedó corto, no sabía la que nos venía encima.

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