Ahora di lo malo

En el fútbol, y en casi todo, solo con el paso del tiempo alcanzamos la verdadera historia

Capello y Ronaldo

Capello y Ronaldo

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Leí el otro día unas recientes confesiones de Fabio Capello. El entrenador italiano explicó que Silvio Berlusconi, presidente del Milan, le preguntó si debía fichar o no a Ronaldo, que estaba entonces en el Real Madrid bajo su mando. Era el año 2007 y Capello le dijo que no, que el brasileño abusaba de la fiesta y solo pensaba en las mujeres. Con estas referencias, lógicamente, Berlusconi no tuvo otra opción: el Milán fichó a Ronaldo al día siguiente.

Porque vamos a ver, se trataba de Berlusconi, el de las bunga bunga parties y todo eso; en fin, Berlusconi. Al escuchar a Capello hablar sobre Ronaldo debió pensar ‘ahora di lo malo’ (lo explico por si sois jóvenes, o algo).

Con frecuencia, lo que es malo para alguien es bueno para otra persona. Recuerdo, en mis últimos años de fútbol, estar hablando con un compañero en el vestuario y comentarle que estaba pensando en dejarlo. «En los entrenamientos no hacemos nada», le dije, desmotivado. «Pero si eso es lo mejor», contestó. Lo que es malo para alguien es bueno para otra persona: ahora mi hija se deja siempre los bordes de las pizzas y yo me como los míos y los suyos. Nos complementamos.

En todo caso, y al hilo de las palabras del ya veterano Capello, no hay nada como entrevistar a alguien que está de vuelta. En el fútbol, y en casi todo, solo con el paso del tiempo alcanzamos la verdadera historia. Mientras suceden los hechos nadie es de veras libre y cada frase se mide tanto que nos movemos en los márgenes de un relato que a menudo bordea la ficción. Necesitamos construir una lógica ordenada que reparta personajes, fragmente entre héroes y villanos y mantenga viva la inocencia del aficionado. Esto último, sobre todo (lo explico también por si sois jóvenes).

Me ha ocurrido, alguna vez, estirar una sobremesa con señores que fueron futbolistas cuando yo era niño, escuchar sus anécdotas muy divertidas y poco profesionales, y que la risa se me congelara. Me dolía un poco porque sentía que el fútbol que había idealizado durante tanto tiempo se desmoronaba, y pensaba ‘joder, estos no saben, o ni siquiera han pensado jamás, que mientras hacían todo eso yo era un niño (la infancia en el fútbol dura décadas porque es un estado mental) que delegaba en ellos toda mi fe, que creía de verdad con todas mis fuerzas, que llenaba mis libretas con sus alineaciones y que me acostaba cada sábado pensando en su partido del día siguiente, y en sus posibles grandes jugadas’. Yo era un niño como tantos otros niños que en realidad no sabíamos nada. Y ellos estaban a lo que estaban. Y era mejor no saber nada, quizá. Y sería mejor seguir sin saber nada, a lo mejor, a ratos. Lo pensaba un poco y luego se me pasaba.

Sea como sea, leí también a Capello quejarse de que Antonio Cassano pedía patatas fritas antes de los partidos. Sinceramente, no me parece lo peor que pudiera hacer Cassano durante aquellos años (y si sois jóvenes buscáis quién es Cassano, que ya me he cansado). Patatas fritas, por favor, vamos a calmarnos, que lo que es malo para alguien es bueno para otra persona. Ahora mi hija se come la hamburguesa, se deja siempre un puñado de patatas fritas y yo me como las mías y las suyas. Nos complementamos.

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