La verdad sobre las cuentas del Valencia

Los financieros que sostienen que los balances están saneados sabrán mucho de números pero nada de nada sobre fútbol

Layhoon, presidenta del Valencia, en una imagen de archivo

Layhoon, presidenta del Valencia, en una imagen de archivo / SD

Rafa Marín

Rafa Marín

Haberlos haylos, pero es evidente que los financieros que sostienen que las cuentas del Valencia CF están aseadas sabrán mucho de números pero poco de fútbol. Nada. Dar por bueno que Lim sanee los balances a cambio de empequeñecer el club hasta el extremo es muchísimo peor aún que aceptar pulpo como animal de compañía. Sobre todo porque el tercer club de España era el de Mestalla cuando se le vendió a un multimillonario el alma de la sociedad civil más importante de la Comunitat. No hay futuro ni plan ni resquicio al que agarrarse. Por eso, de cara al mercado de enero, ya no se trata solo de exigir que el máximo accionista fiche y aproveche la mano abierta de Tebas, que al menos empieza a reaccionar para que el resto de ligas no continúen pasándole a babor y estribor. Con Lim no hay que aflojar, en ningún área, sino empujar para que se marche. Y que lo haga por supuesto sin dejar un solar atrás, ya sea en la plantilla o en Cortes Valencianas. Así de claro y contundente. Todo por Baraja y los chavales. Pero todo también por su nombre en un Valencia CF que oficialmente sigue hablando de su «intención» de terminar el estadio. Y que de paso no deja de incumplir promesas, la última la de abrir la junta de accionistas, con lo que vuelven a quedarse con los pantalones por los tobillos quienes ponen la cara. Al final lo mejor de las cuentas del Valencia CF es que no hay nada en ellas que haga pensar en que habrá Lim para demasiado rato. Más bien al contrario, porque con o sin estadio, con o sin ATE o con el nombre que se le ponga, cada vez está más cerca el momento en el que se marche. Y su salida, por descontado, será el mejor fichaje para una institución que conservará el único activo que nadie podrá nunca comprar ni hipotecar con dinero, préstamos o cafés a cambio de no se sabe nunca bien qué: una afición que contra viento y marea es el auténtico motor con el que todo se mantiene en marcha. 

Suscríbete para seguir leyendo