Pobres, feos, malos y del Llevant

Hace algo más de una década, Cristiano Ronaldo abrió un filón para los libros de autoayuda: «Me silban porque soy guapo, rico y buen jugador». Media España se rio de él

Imagen de un aficionado del Levante UD en el Ciutat

Imagen de un aficionado del Levante UD en el Ciutat / SD

José Luis García Nieves

Hace algo más de una década, Cristiano Ronaldo abrió un filón para los libros de autoayuda: «Me silban porque soy guapo, rico y buen jugador». Media España se rio de él. En Orriols, donde le recibíamos tres días después, nos reímos, además, de nosotros mismos: «Feos, pobres, malos y del Llevant». Sobre aquella pancarta también se podría escribir un tratado.

Tomarse demasiado en serio a uno mismo suele ser una actitud poco recomendable. Sobre todo, en las sociedades anticompetitivas que caminamos de decepción en decepción. Cuando escribimos la «Historia del Llevant» descubrimos que lo de los dos clubs y las dos almas -Llevant del Cabanyal y Gimnástico- iba mucho más allá de colores, barrios y perfil socio-político de la hinchada. Convivían, por oposición, dos formas de entender la vida y el levantinismo. Lo vimos claro al rescatar los estatutos de las peñas de hace 70 años. En las radicadas en el Grau y el Cabanyal, el sentimiento era más festivo: «Alentar y acompañar al equipo», decían. En las originarias del barrio del Carme, base de operaciones del viejo gimnastiquismo, todo era gravedad, un arrebato desmedido.

Atención al objeto social de la Peña Serranos, a finales de los 60, tras el breve paso por Primera: «Conseguir el mayor número de adictos al equipo; prestarle todo el apoyo hasta llevarlo a la División de Honor, donde ya perteneció y de la que jamás debería ya bajar, haciendo así honor a su indudable solera». Aquello lo escribió una mano traumatizada y ansiosa. Y traumatizados y ansiosos anduvimos 40 años.

Cada afición es el reflejo de su club, y cada club proyecta una cosmovisión. En el Bernabeu, cada partido cantaban: «¡Cómo no te voy a querer si fuiste campeón de Europa por décima vez!». Ahí late la España eterna y mineral, la que exige a los toreros que se inmolen en las Ventas, un Reino de conquista. Te quiero porque eres guapo, rico y siempre ganas. Otros estadios periféricos cantamos: «Como no te voy a querer si te he visto jugar en Segunda B». Te quiero a pesar de que eres pobre, feo y casi siempre pierdes. Solo cambian seis palabras, pero cambia todo. La base de la felicidad, como siempre, está en mantener las expectativas bajo control. Y en saber reírse de uno mismo. En el fútbol y en la vida en general.

Ahora que llevamos casi tres años de disgusto en disgusto, frustrándonos cada fin de semana, vamos a necesitar recuperar la ironía. Tomárnoslo todo, en general, un poco menos en serio. También los asuntos del balón. Quizá nos creímos guapos y ricos. Hoy sabemos que solo tuvimos éxito reconociéndonos pobres y feos. Si hay un futuro para nosotros, ese sigue siendo el camino. Y quizá también sea la forma de que el Llevant no nos amargue otros 40 años.

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