¿Qué me pasa?

Mujer embaraza.

Mujer embaraza. / Shutterstock

Juan José Millás

La expresión “umbral del dolor” constituye un hallazgo fonético de primer orden. Suena muy bien. Mejor, quizá, con el artículo delante: “El umbral del dolor”. La escuché por primera vez hace años, en la consulta de un ginecólogo que daba clases de parto sin dolor a las que yo acudía con mi esposa embarazada. Nuestro médico nombraba mucho este sintagma como para hacernos ver que el dolor no se podía objetivar, sino que cada persona lo sufría a su modo.

     -Hay gente -decía- a la que antes de darse un golpe ya le empieza a doler la parte golpeada.

    El hombre, del que luego advertimos que no estaba muy en sus cabales, negaba que el parto tuviera que doler o que tuviera que doler tanto como se decía. Lo achacaba todo al relato bíblico (“parirás con dolor”) y a otras cuestiones, todas de orden cultural.

     -No habréis visto en ninguna película un parto normal -decía para afianzar su tesis.

     El caso es que ya fuera por culpa del cine, de las novelas, o de la tradición, las mujeres, según él, tenían el umbral del dolor muy bajo. O sea, que se quejaban en seguida. Él daba aquellas clases para que no se quejaran o para que no les doliera, no nos fue posible averiguar este extremo porque cambiamos de ginecólogo en defensa propia.

     En cualquier caso, a mí se me quedó grabada esta expresión, “umbral del dolor”, de modo que, cuando me duele algo, me pregunto si debería dolerme o no. En otras palabras, si me duele porque tengo el umbral muy bajo o porque hay causas objetivas que lo justifican. Con estas ideas me entretengo mientras me va haciendo efecto el analgésico.

     Supongamos ahora que los españoles estuviésemos hasta los huevos, con perdón, de una clase política que convirtiera la cuestión más trivial que quepa imaginar en un asunto de vida o muerte. ¿Nos acusarían de tener el umbral de la queja muy bajo? No sé, no sé. A mí me da la impresión de que lo tenemos altísimo. Quizá soy demasiado sensible, pero aúllo de dolor con las tertulias y los telediarios. No oigo, sin embargo, gritar a mis vecinos. Quizá tengan el umbral más alto, o sean más sensatos. ¿Qué me pasa, doctor?