Bilardeando desde la Regional

Toda piedra, o pedrada, hace pared, y las de Mestalla llevan 99 años levantadas

Bordalás, en la Ciudad Deportiva de Paterna

Bordalás, en la Ciudad Deportiva de Paterna / Francisco Calabuig

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Nunca se deja de aprender en el fútbol. Una de las revelaciones de la última semana, con la ida de la semifinal de Copa contra el Athletic, ha sido asistir a que «Bilardear» y «Regional» son un supuesto menosprecio futbolístico. Como si no hubiese belleza en el resultado que resiste desde el agonismo defensivo. O como si no fuese digna la calidad del juego de clubes de pueblo y barrio, con carreras anónimas forjadas en entrenamientos casi a medianoche, porque antes hay que trabajar, y visitar campos municipales con rifas de jamón al descanso, por gentileza de la carnicería local, que ayudarán a pagar las tarjetas o el repuesto de un balón perdido entre naranjos.

Un hilo invisible va conectando cada desdén de superioridad moral externo lanzado hacia el valencianismo, para ser reciclado en forma de fortaleza, de orgullosa identidad. Tampoco hay que obviar los afectos, hondos, aunque vengan con el aliento del regional CD Utrillas, o con los tuits de temporeros de paso y sin lona en la tribuna, pero que no que olvidaron sus días blanquinegros, como Maduro o Joao Pereira. Pero «Bilardear» y «Regional» encajan con una abrumadora coherencia con aquel «Bronco y copero» con el que el cronista y exportero del Real Madrid Eduardo Teus definió al Valencia en 1941 en las páginas de Marca. Hay tradiciones que no cambiarán. Del mismo modo que los niños de la posguerra de Wilkes fueron los chavales de la Transición de Kempes, para acabar convirtiéndose en la nostálgica juventud atrapada entre dos crisis de la #GeneraciónAimar, en el futuro algún improperio vendrá a recordarnos quiénes somos, y lo hará justo cuando el Valencia vuelva a oler la posibilidad de una final o título. Toda piedra, o pedrada, hace pared, y las de Mestalla llevan 99 años levantadas.

Para juzgar lo que representa desde fuera Mestalla se extiende esa percepción colonial por la que da igual que como pueblo estemos 40 años discutiendo si somos Regne/País/Comunitat, porque en una tertulia estatal solventarán el asunto conectando con el gobierno de «Valencia» para el breve directo con Ximo Puig. Y a pesar de que despleguemos nuestra mejor capacidad como anfitriones con los Goya, las referencias al centenario de Berlanga serán mínimas y actuará Sabina, como si estuviésemos en Malasaña o en 1995. Justo ahí, València, «sense Mediterrani, sense grecs ni llatins», a mitad camino entre colonia y balneario.

Ahondando en incomprensiones, esta columna futbolera quiere detenerse en Bordalás, técnico hecho a sí mismo, criado desde los banquillos de Regional, octavo entre diez hermanos. Su camino a la élite no se ha apoyado desde el recuerdo amable de su etapa de jugador o la habilidad para tejer influencia mediática. La cátedra apunta a su Valencia, recogido en estado semirruinoso, como una actualización de aquel Estudiantes de la Plata con Bilardo como centrocampista, que se empleó con tanta dureza contra el Milan en la final de la Intercontinental de 1969, que la abuela italiana del «Narigón» estuvo un mes sin hablarle. Portadas como «Antifútbol» tras el 1-1 en San Mamés remiten al Wimbledon de finales de los 80. La Crazy Gang que con Vinnie Jones y Dennis Wise tumbó al Liverpool de Grobbelaar, Barnes y Aldridge en la final de FA Cup del 88. Sin ser el Valencia tan salvaje ni sentimental, posible conquista de la Copa en abril parece condenada a ser el triunfo de la nada.

A la ingratitud de la crítica se le une el distanciamiento notorio con Meriton. Que se niegue la verdad a cañonazos en Twitter solo evidencia la realidad de que le han tomado la matrícula. Pero ni el desprecio externo, ni las dudas internas cambiarán a Bordalás. Con sus tatuajes, con su fijación por el imperio romano, con el antes y el después de su look, con las perlitas ultraconservadoras ocultas en la arqueología de la hemeroteca, se esconde un entrenador que se ha ganado cada palmo del camino, pero que no por ello ha perdido su condición de «outsider». Un tipo de culto, bilardeando desde la Regional. Marcelino y Segurola tenían razón, pero no ofendían a nadie.