Este Mundial raro

Será interesante ver en qué casos nos ponemos dignos y en cuáles miramos a otro lado

FIFA World Cup 2022

FIFA World Cup 2022 / EP

Enrique Ballester

Enrique Ballester

A medida que envejezco agudizo mi debilidad física. Recuerdo que empecé tan fuerte el Mundial de 2014 que escribí un artículo avisando de que no iba a llegar vivo a octavos. Esa primera fase la pasé recibiendo a amigos en casa, jornada tras jornada. Ellos iban rotando, pero yo era siempre el mismo porque estaba de vacaciones, y me vi envuelto en una dinámica devastadora. La dieta de los campeones: barriles de cerveza, aperitivos aceitosos y pizzas congeladas. Así veíamos tres o cuatro partidos al día, los que fueran, hasta que se iban a sus casas y me esforzaba para llegar dando tumbos a la cama. 

Al cuarto día arrastraba tanto cansancio que solo podía levantarme cuando mi hija, casi bebé, saltaba sobre mi cara. Reptaba yo entonces hasta el salón esquivando cáscaras de cacahuetes y pistachos, con los labios cortados por la sal, jurando que nunca más, hasta que llegaban mis amigos de vuelta, con la misma dieta mortal y los ánimos renovados. Era inevitable y no me culpo de nada, solo constato: era un ser indefenso ante la magia del Mundial y caía una y otra vez en la misma trampa. Duele decirlo pero es verdad: en aquel Mundial me salvó el trabajo. Se acabaron las vacaciones y sobreviví, al dejar de recibir invitados.

Ahora, en 2022, no puedo culpar ni a mis amigos ni a las pizzas congeladas. Ahora no ha hecho ni falta que empiece el Mundial: ya llevo enfermo toda la semana. Luego dirán que no soy previsor. Mi cuerpo me conoce y se avanza a la fatalidad, la intuye como un delantero ratonero se anticipa al central en el área. Mi cuerpo se aprovecha de un Mundial en noviembre. En lugar de las ganas de vivir del final de la primavera, del Mundial que relacionamos con las casi vacaciones, el fin de curso, el buen tiempo y el aroma del after sun, en lugar de eso nos invade el desánimo propio del mes más asqueroso del año, quizá, digo yo, noviembre y la noche temprana, la tos y la gripe acechando por la ventana. Al Mundial llegábamos regados por la energía vital, y eran los futbolistas los que estaban cansados. Ahora será al revés, abundando en la etiqueta de Mundial súper raro.

Además, al jugarse en Catar, siento que debo justificarme. Me encontré con Ximo y me dijo que iba a boicotear el Mundial, que no iba a ver nada. Le pregunté si era novedad su boicot a Catar, teniendo en cuenta que allí se han disputado Mundiales de atletismo o de balonmano y competiciones variadas, y compartí mi extrañeza porque de repente un montón de gente parece haberse enterado de cómo funciona el mundo y la FIFA, y cómo es Catar respecto a los derechos humanos. En todo caso, será interesante ver dónde ponemos el listón de la coherencia, porque he leído que Catar participa en numerosas multinacionales, por no hablar de sus importaciones o de las relaciones públicas y privadas con regímenes peores o similares. ¿Por qué ahora y por qué con el Mundial? Quizá porque no haya nada más grande e universal que el fútbol, para lo bueno y lo malo. Quizá sea la solidaridad que triunfa, la que no exige ni cuesta apenas nada. O quizá todo sirva para cambiar algo.

Será interesante ver ahora en qué casos nos ponemos dignos y en qué casos miramos a otro lado. Ximo me apuntó con acierto que cada cual cabalga con sus contradicciones. Este Mundial manchado será una de las mías, puede ser, sabiendo que no es la primera ni será la última, y que no estoy solo.

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