Los ojos del murciélago

Veo el Mundial por los márgenes, queriendo que gane Argentina por Aimar, Ayala y Kempes

El argentino Mario Alberto Kempes, auténtico protagonista del Mundial 78

El argentino Mario Alberto Kempes, auténtico protagonista del Mundial 78 / SD

Vicent Chilet

Vicent Chilet

El cuarto de hora en el que me detengo para elegir una de tantas series imprescindibles que recomendáis por Twitter, me lleva a un bloqueo que acabo resolviendo cambiando de canal a TCM y dejándome llevar por clásicos atemporales, viejas recetas. «Lawrence de Arabia» o «Qué bello es vivir» al rescate de tener que seguir tomando decisiones, casi tocada la medianoche. En tiempos difíciles, el acto de pensar es situarse en una anterioridad que hemos olvidado y perdido, sostiene la filósofa Chantal Maillard, que describe esa toma de conciencia con una imagen: «Pensar es irse al bosque y mirar a los ojos a un animal». Veo el Mundial alejándome hacia el bosque, por los márgenes, queriendo que gane Argentina por el festejo de Ayala y Aimar en el banquillo, por volver al luminoso verano del 86, y sobre todo por esos segundos enfocados sobre Mario Kempes.

Tranquilo, discreto y feliz en esa butaca de monarca, quitándose importancia cuando alguien le recuerde que en la final del Mundial del 78 también marcó un gol de rechaces, perseverancia y hambre, como el primero de Julián Álvarez a Croacia. En ese momento, mirar a los ojos de un animal es caer en la conclusión de que los festejos de la tercera estrella albiceleste coincidirían con el 51 aniversario de la «palomita de Poy» literaturizada por Roberto Fontanarrosa. Y que el 19 de diciembre también será una festividad «leprosa» por obra de Leo Messi. Y que ya no habrá derrotados en Rosario.

Pensar hoy es huir de un mundo agotado, el que se representó en la Junta de Accionistas del Valencia ante las preguntas de Libertad VCF y Héctor Gómez. Ni el marco catedralicio de Mestalla reparaba el aire de gran derrota a la que Peter Lim ha conducido al club. Con Layhoon Chan esgrimiendo herencias envenenadas después de ocho años de caprichoso dictado singapurés, mientras Kiat Lim desanda con gestos un laberinto con tanta maleza botánica como la que se apodera del futuro estadio. Solo hay que recordar cómo se levantó el Valencia a los ocho años de una guerra, de una riada o de un descenso, instalado en renacimientos solo posibles desde la convicción colectiva de su gente. Episodios que ese mismo lunes, José Ricardo March desgranaba en la presentación de su libro recopilatorio de artículos «Silla de enea». Un acto sencillo en el casal de una falla, una reunión subterránea, como el invisible cauce urbano de la acequia, pero de la que late un ejercicio puro de cultura de club. En sus páginas no está la solución para destrabar el embrollo inmobiliario, financiero y político que atenaza a la institución, pero sí indica el único camino posible. La devoción callada que conecta con Julio Gascó Zaragozá, Vicente Peris o Arturo Tuzón. Al Valencia hay que servirlo desde la lealtad y la generosidad con la que JR reconstruye su historia y nos recuerda sus raíces centenarias, las que dan un contexto al protagonismo valencianista en Catar. No hay otro equipo que tenga un historiador como Jota. Cuando la exhausta confusión del club llegue a bloquearnos, habrá que volver a sus páginas para reencontrarnos en esa anterioridad olvidada y perdida de Maillard, y mirar a los ojos del murciélago.

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