La galería de los horrores

Nada hay que celebrar el domingo si, finalmente, el equipo se salva. Cabe agachar la cabeza y aceptar que tenemos un club cuyas estructuras, de cabo a rabo, son de segunda en su gran mayoría

Cavani, ante el Espanyol

Cavani, ante el Espanyol / JM LOPEZ

Sergio Arlandis

Sergio Arlandis

Ver a algunos futbolistas del Valencia CF celebrando por todo lo alto un empate, al límite, contra el C.D. Español, es la constatación de que el club está atravesando su etapa más oscura de los últimos años. No se puede mostrar tan a las claras la poca categoría que algunos futbolistas tienen para vestir esta camiseta.

Lo primero es que no sé a qué viene tanta celebración cuando tú todavía puedes acabar con tus huesos en segunda. Es difícil, sí, pero se puede dar porque nadie da un duro por nuestra victoria contra el Betis. No es cuestión de pesimismo, sino de argumentos. Una vez pase esta asquerosa temporada en la que solo nos falta que bajen los alienígenas en medio del estadio, entonces cabría plantearse una auténtica purga, masiva, del club, empezando de arriba abajo.

Ya sabemos que la leprosa mano de Lim no nos la podemos quitar de encima y que además, estos desagradables incidentes de corte racista que hemos vivido y padecido miles de valencianistas, le ha venido muy bien como coartada, de ahí su silencio cómplice. Como un auténtico vampiro, está al acecho entre las sombras y ojalá la ley le dé un estacazo si se demuestra aquello que todos intuimos pero que aún no podemos demostrar: su imagen estaría en la primera urna del museo de los horrores. O como Leviatán, quién sabe: cangrejos gigantes creo que no hay por ahí.

Salvo ese primer problema de no poder quitarse las garrapatas uno mismo, cabe ir planteándose escenarios que deberían darse: la salida inmediata de Miguel Ángel Pérez Roldan conocido, en su show, como Corona y famoso porque desempeñó un papel secundario en películas de terror psicológico, sobre todo cuando ha dado la cara por algo: aunque él afirme lo contrario por pasillos y cafeterías. Pero lo cierto es que ha sido tan pocas veces valiente y auto-responsable de la gestión deportiva que su presencia se reduce a cómicas apariciones, sin trascendencia real, pero con nómina suculenta y aforismos que pasan a la triste historia de la infamia del club. Posa en el museo igual que el jorobado ayudante del doctor Frankenstein, pero sin ir de negro.

Más adentro, en la sala, el terror más profundo que provoca la evanescente figura, blanca, sin pies, levitando, de Layhoon: mirada fría, acostumbrada a los encantamientos de la mentira y transmisora, silenciosa, del auténtico destino que su señor Lim, el maestro de las operaciones oscuras, trama. No sabemos si ha venido a matar lentamente la presa valencianista o si solo lo hizo en calidad de forense, para certificar que el club se muere. Ella debe estar también fuera, porque nada aporta ni nada sabe de cómo gestionar un club de fútbol.

De la figura de Solís poco tengo que añadir: se le puede dejar una oportunidad como esbirro de Meriton. No lo sé: aún no ha metido lo suficiente, pero tiempo al tiempo.

Luego está la cuadrilla del horror, llevando el escudo en el pecho. Son, algunos, herencia del legado de otro monstruo: Mendes. Su carroñera intervención también tendremos que aguantarla y se pronostica drama, tragedia: es el que echa las cartas y te condena. Tal vez, neutralizar a este ser maléfico solo pueda darse de la mano de la FIFA, que intervenga en sus chiringuitos fiscales. No estaría mal ver cómo cae. Y de paso, que se lleve a una ristra de malos futbolistas que pisan Mestalla y celebran, por todo lo alto, no descender: me sobran Yunus Musah, Castillejo, Rendall (el chico es bueno en todo, pero esto le supera), Foulquier, Marcos André. Podrían sobrarme, sin problema, los Cavani, Gabriel Paulista, Hugo Guillamón (y tengo en duda si Duro también) y Cömert. Y, por lo que más quieran, no volver a traer a Moriba, e incluso a Lino y Cenk (que le ha cortado el paso a varios de la escuela). A Baraja y Marchena que no los toquen, que ya bastante premio tendrán si nos les salpica toda la salsa de tomate que estos desparraman: y digo salsa porque algunos parece que no tienen sangre.

Pero todos sabemos que la auténtica película de terror vendrá cuando todos estos se queden aquí y el que salga sea Mamardashvili, o André Almeida o Javi Guerra o Diego López, o incluso el que siempre está en venta: Gayá. Y así, seguiremos celebrando una permanencia in extremis, como si fuera un título, porque este club es, hoy por hoy, una galería de seres extraños, de personajes paradójicos. Y ya, si acaso, hablamos de otros entes que pululan por la habitación a oscuras del valencianismo, tales como Rubiales y Tebas, que merecen atención propia y varias sesiones de espiritismo. 

Lo dicho: nada hay que celebrar el domingo si, finalmente, el equipo se salva. Cabe agachar la cabeza y aceptar que tenemos un club cuyas estructuras, de cabo a rabo, son de segunda en su gran mayoría. Viva el chapucerismo y que se acabe ya esta temporada de los horrores.

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