Putin mata mas rápido
Si Prigozhin ha gozado de un milisegundo de consciencia entre el estallido de su avión y el sueño eterno, habrá reflexionado que le convendría haber conducido a sus tropas hasta Moscú en junio, para culminar el intento de golpe contra Vladimir Putin. Desde ahora mismo, se necesitará un exceso de fe en las versiones oficiales para no asociar la muerte del títere con la voluntad inapelable del titiritero. La implosión del zar, empequeñecido por el desafío de su mercenario de cabecera, se salda con la explosión del cortesano insensato. Es muy fácil concluir que el líder de los Wagner se sabía muerto desde que se simuló su refugio en Bielorrusia, y que aceptaba mansamente su destino.
También es probablemente cierto.
Putin mata más rápido. El accidente homicida que eliminó a diez personas, incluido el jefe del estado mayor de Prigozhin, fue precedido de una purga de los generales rusos sospechosos de haber auspiciado el levantamiento antes de abandonar al intrépido chef, de la misma manera que Antonio Tejero entendió la soledad del contrapoder en el 23F. El presidente ruso no solo niega su participación en los sucesivos atentados que jalonan su trayectoria, necesita sobre todo que los fallecimientos sean lo suficientemente escandalosos para que nadie pueda dudar de la participación activa del Kremlin en su gestación y escenografía. Por supuesto, en ningún caso igualarán el simbolismo en la ejecución de Anna Politkóvskaya, como un regalo de cumpleaños al dictador en el día de su onomástica.
Putin no se distingue tanto por la eliminación puntual de sus adversarios, le caracteriza sobre todo la facilidad para desprenderse de quienes le encumbraron, así en Berezovsky como en Prigozhin. El tirano nunca perdona un favor. Prepárense ahora para escuchar a las plañideras geopolíticas, que en realidad envidian los procedimientos expeditivos del verdugo de Moscú. Su discípulo planetario más aventajado es Mohamed Bin Salman, a quien Occidente también ha concedido licencia para matar.
