Morir machiruleando

El Gobierno fulminará a Rubiales pero no es suficiente. Con él tienen que irse todos los que este viernes aplaudieron el discurso más bochornoso de la historia del fútbol y el deporte español. Como posteó Alexia, a cuya voz se desató el fuego y la ira, tolerancia cero. Se acabó. Consciente de que estaban esperando el momento para abandonarlo, el todavía presidente de la Federación alargó su agonía aprovechándose tanto de la cobardía de sus barones como de los estómagos agradecidos de esa Asamblea General que él mismo había convocado en un intento desesperado por legitimarse como fuese.

Que no accediera a su dimisión tiene una explicación legal porque cuando sea inhabilitado tendrá más fácil su defensa ante las decenas de denuncias que se le acumulan. Pero para «la ida de olla» de su discurso, tal y como aseguran sus antiguos allegados, no hay explicación alguna. Volvió a mentir, trató de justificar su comportamiento «con la mejor gestión de la historia», utilizó a sus hijas, relativizó la agresión y se expuso a que Jenni Hermoso y el mundo entero volviesen a pintarle la cara tras acusar a la víctima de haberle acercado «el cuerpo». Deleznable es poco para quien ha causado un daño irreparable a la marca España.

Un ridículo histórico que va mucho más allá de un pico no consentido y que tiene que servir para limpiar de una vez por todas de machismo y desvergüenza una estructura del todo anticuada. No es el Gobierno quien lo echa. Tampoco el fútbol, que salvo honrosas excepciones se ha posicionado tarde, mal y cuando el pescado ya estaba vendido. Va a ser la sociedad, lo suficientemente madura para no aceptar ni un minuto más que la representen tipos y tipas de esta catadura moral que atentan contra la dignidad de las mujeres y el sentido común. A Rubiales le ha podido su narcisismo y chulería. Hasta nunca.

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