El Levante sufre una preocupante falta de respeto general

Toca aparcar ese espíritu negativo y creer en una metamorfosis total de juego

El gol de Iván Romero no hacía presagiar lo que sucedió después

El gol de Iván Romero no hacía presagiar lo que sucedió después / F. Calabuig

Juanma Romero

Juanma Romero

Mucho tiempo, demasiado ha pasado desde el 16 de octubre. Ese día, con permiso del oxígeno copero en Logroño, el Levante logró su última victoria de esta temporada hasta el momento frente al Racing de Ferrol. Desde aquella jornada en la que parecía que el equipo definitivamente desmelenado hacia los puestos de honor, el despeñamiento se ha ido agudizando desde aquel día. El aviso de Andorra, el peor partido de largo del curso, encendió la primera señal de advertencia que se ha ido retroalimentando con una puesta en escena cada vez más pobre y con una debilidad defensiva estresante. Diez goles encajados en cinco encuentros son una barbaridad, sobre todo porque esto implica tener una respuesta en modo ofensivo que ahora mismo no se tiene, y porque además concede una extra de oportunidades a rivales, inferiores muchos de ellos, de llevarse puntos que luego se van a echar en falta.

Todo esto ha conllevado por un lado la falta de respeto que se está cerniendo sobre el club en varios niveles. Por un lado, y no por ser repetitivo está falto de razón, es el injusto criterio arbitral al cual está siendo sometido el Levante. Sin ahondar en lo de Butarque, ante el Racing, no hubo ni una sola decisión benefactora. Todas salieron cruz. Es honesto reconocer que algunas no albergaban dudas, pero otras sí, sobre todo la del penalti de Álex Valle. Las líneas, siempre al límite, dejan al Levante como perjudicado en una norma maldita. A nivel anímico soy consciente de que esto absorbe mucha dosis de confianza al mismo tiempo que desconcierta, pero, aunque sea difícil, toca jugar con estos factores. Perderse en el laberinto de la protesta no está llevando a ningún lado. Esa tarea hay que hacerla desde arriba y no en el verde.

Por otro, no esconde que el nivel del equipo ha bajado mucho. Si las primeras jornadas fueron ilusionantes, el punto en el que se encuentra el equipo es más que preocupante y los rivales lo saben y se aprovechan de ello. Sin perder el buen gusto por tener el balón e intentar no abusar del balonazo, el bloque presenta unos desajustes defensivos que han provocado un aumento significativamente alto de los goles encajados. A eso se le está sumando la irregularidad en el rendimiento de la mayoría de futbolistas y principalmente, y eso sí que hay que remarcarlo, la falta de intensidad. Me duele ver a un Levante excesivamente contemplativo, falto de tensión, blando en acciones de choque. Estas situaciones no son solo cuestión de entrenamiento, sino de cabeza y aquí entra en juego la figura de Calleja. El Ciutat ya entonó por parte de un sector su agotamiento hacia la figura del entrenador. El varapalo ante el Racing, que además supuso el segundo partido en casa en el que se encajan cuatro goles, creo que ha marcado un antes y un después y que además ha situado una particular cuenta atrás hacia el entrenador, salvo reacción, que ahora mismo casi se tilda de milagrosa.

Este sábado nos lleva hasta Éibar. Es un partido en el que se llega casi al límite en cuanto al margen de fe en Calleja. No ganar, obliga a una reflexión profunda y posiblemente de toma de decisiones responsables, más allá de si nos sabe mejor o peor, porque por encima de todo esto se encuentra la viabilidad del proyecto deportivo con su connotación económica. El duelo de Ipurúa me trae a la memoria aquel infortunio de jugada de Róber Pier que privó de ganar un encuentro, que como tantos otros, lastró a la hora de la verdad. Toca aparcar ese espíritu negativo, creer en una metamorfosis total de juego, en un cambio a respecto a los árbitros, ser certero y mostrar contundencia, son muchas, no sé si demasiadas, pero es lo que requiere el momento. El que no sea capaz de lograrlo ya sabe su destino.

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