La gran victoria del Valencia

Estoy seguro de que quien sea padre, y valencianista, entenderá de lo que estoy hablando

Rayo-Valencia

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Toni Hernández

Toni Hernández

La gran victoria del Valencia no es ganar un partido. Tampoco títulos. Eso son alegrías, a veces grandes alegrías, que hacen buenos los sufrimientos eternos al calor de nuestro escudo. La gran victoria del Valencia es cuando nuestros hijos eligen ser valencianistas, cuando te piden una camiseta del equipo, cuando quieren ir a Mestalla, cuando te interrogan por el resultado del partido anterior nada más levantarse por la mañana, cuando les preguntan de qué equipo soy y dicen, con la boca bien grande y el pecho hinchado, «del Valencia».

Ese es nuestro triunfo. Y además significa que no necesitamos trofeos para que haya valencianistas. ¿Que a nadie le amarga un dulce? Pues claro que no. Y como dice mi buen amigo Nacho Roca: «Dios es del Valencia. Nos tiene puteados la mayoría de nuestra vida, pero para que las alegrías sean inmensas». Y mientas las alegrías se van dando, porque siempre se dan… cuando los que vienen detrás aseguran el relevo, cuando el testigo está pasado, cuando el legado sigue vivo, ahí es cuando ganamos de verdad. No hay trofeo que pueda igualar lo que representa sumar una generación más a la causa. 

El sábado viví mi mejor noche en Mestalla en los casi 50 años que tengo. Sí, la mejor, y de largo. Fui con mi hija, vivimos el partido como si fuera la final de la Champions, vibramos, nos enfadamos, sufrimos, nos alegramos y sentí eso que entiendo que sintió mi padre en su día cuando esas cosas me empezaron a pasar a mí. Al acabar el partido me iba con una sonrisa que no me cabía en el cuerpo. Por el resultado, que no era malo aunque siempre quiero ganar, pero sobre todo porque lo vivido con ella había sido más que especial.

Y el fútbol, el Valencia, Mestalla, siempre te guarda algo. Bajamos a las primera filas de tribuna para ver de cerca el césped y poder olerlo (mi hija se parece a mí en eso), y cuando ya nos pedían que nos fuéramos, vimos salir al entrenador en dirección al set de entrevistas para la televisión, en el córner del Gol Norte con la propia tribuna. «¿Nos esperamos y saludamos a Rubén antes de irnos a casa?».

La respuesta fue que sí, que por supuesto, y allí nos quedamos. Agradezco la paciencia infinita de la seguridad del club, quienes tuvieron la cortesía de dejarnos estar cinco minutos mientras se terminaba de recoger todo en el campo. El silencio del viejo gigante sólo roto por algún grito de la grada visitante, que eran los únicos que quedaban dentro. El Pipo acaba la entrevista, va hacia el túnel, nos ve, porque no había nadie más, y viene a saludarnos. Pero sobre todo a mi hija, cosa que como padre es algo que no puede llenar más de orgullo porque Rubén es una leyenda de este club además de, y por encima de todo, mi amigo. Mestalla vacío, con una calma total después de hora y media siendo una caldera. El frío de diciembre con esa humedad que rompe los huesos, como dice Revólver en una de sus míticas canciones. Y, al ras de esa hierba, una charla breve pero maravillosa de dos amigos y la hija de uno de ellos, la cual es el centro de la conversación. Y que se queja, con esa sinceridad propia de una niña de nueve años, de que «a De Jong le tenían que haber expulsado dos veces, que nos ha dado dos patadas por detrás». 

Como testigo de todo, Jose Manuel Segarra (al que le mando un fuerte abrazo por muchas cosas), el director de comunicación del club, al que conozco desde hace más de 30 años y que es tan valencianista como yo. Y que ha pasado también por eso, por ver a sus hijos hechos valencianistas después de que sus padres lo vieran con él. En un tono cariñoso del que ha sido padre en esas lides, le pregunta a mi hija: «¿pero tú de qué equipo eres?». Y casi al mismo tiempo, ella y Rubén contestaron que «del Valencia», con orgullo y marcando bien las palabras. Mi mejor momento en ese campo. Para toda la vida. Porque ya sé que no hay nada que pueda pasar, y estoy seguro de que vendrán cosas maravillosas antes o después, que lo pueda superar.

Nuestra gran victoria siempre será el relevo, las nuevas generaciones, nuestros hijos sintiendo lo mismo que nosotros de una forma totalmente natural y espontánea, sin que nadie les diga lo que tienen que ser. Al Valencia le debo muchas cosas que han sido muy importantes a lo largo de mi vida, pero esta se ha convertido, dentro de las que me han pasado en el mundo del fútbol, en la más importante de todas. Estoy seguro de que quien sea padre, y valencianista, me entenderá.

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