Que el valencianismo sueñe con su Valencia, que sueñe en grande

Pasará lo que tenga que pasar, pero ir ‘a la guerra’ con mi gente ya me llena de orgullo

La fuerza del VCF

La fuerza del VCF

Toni Hernández

Toni Hernández

Rubén Baraja ya ha ganado. En menos de un año nos ha hecho recuperar la sonrisa, tener esperanza, hacernos sentir orgullosos de nuestro equipo. Sin miedo, sin techo, y con el hambre de los que sueñan despiertos. Como él dice muchas veces, ¡QUÉ GRANDE ES EL VALENCIA! Baraja nos ha permitido la licencia de soñar con nuestro equipo, de ser felices con los nanos, de sentir orgullo por los que se están dejando el alma cada partido. Ha propiciado que podamos ser felices viendo ganar a nuestro equipo con niños de la casa y veteranos implicados.

No han pasado aún doce meses de su vuelta al Valencia. Doce meses de los más largos de la historia de este club, con un carrusel de emociones que nos va a costar años de vida, lo tengo claro, y que nos están afectando hasta a la salud. Pero que, como somos amantes de este escudo, seguro que algún día daremos por bueno. Y por un motivo muy simple: porque, familia aparte, el Valencia seguirá siendo el gran motor de las vidas de muchos de nosotros. 

Como el fútbol es un ser caprichoso al extremo, ha querido que un 17 de enero (San Antonio, por cierto, mi santo), vayamos a Mestalla con toda la ilusión del mundo, a jugar un partido grande, a pensar que podemos soñar con hitos a priori inalcanzables. Y con la sensación de que todo depende de nosotros en la grada y de nuestros chicos sobre el césped. Creo que todos tenemos claro que daremos todo lo que llevemos dentro, más allá de lo que pueda indicar al final el marcador. 

Sonreír hablando del Valencia. Volver a hacerlo después de mucho tiempo. Un grupo de críos y un puñado de veteranos, dirigidos por un tipo que debería de tener media docena de lonas en Mestalla o una estatua en la puerta del campo, ha puesto todo patas arriba y ha desafiado cualquier lógica deportiva, y ha conseguido lo que (casi) nadie podía ni siquiera imaginar. Y a eso hay que darle el valor que se merece, que es mucho. Probablemente aún no sabemos realmente cuánto. 

Hoy jugamos contra el Celta, y no tengo miedo. Tengo ganas, tengo ilusión, tengo esperanza, tengo fuerzas. Y luego pasará lo que tenga que pasar, porque el balón es muy caprichoso, pero sólo el hecho de poder ir a la “guerra” con mi gente y pensar que será el rival el que tenga que correr el triple que nosotros ya es algo que me llena de orgullo. ¿Que me conformo con poco? No lo creo. Hay que tener claro de dónde venimos para poder poner en contexto dónde estamos. Y… ¿hasta dónde llegaremos? De las muchas lecciones que deberíamos tener aprendidas es que en eso, en este Valencia, resulta mucho mejor no pensar. Que lo de elucubrar futuros no vale para nada en absoluto. 

No quiero pensar en nada más que en hoy a las 20:00 horas. En mi campo, en mi afición, en mi equipo, en mi entrenador. No hay nada más y no hace falta nada más. Hace unas noches repasaba mensajes de marzo y abril con el director de este periódico y nos dábamos cuenta de cómo se le ha dado la vuelta a todo el panorama, y de la manera en que se ha hecho. Es tiempo de ilusión, de pensar en que todo es posible, en que no tenemos techo; tal y como rezaba el famoso tifo en la final del Villamarín. En el que por cierto, cosas de la vida, estaba la cara de Rubén Baraja junto a la de Kempes y la del Piojo López. Ese día el Pipo estaba en la grada con su hija, y él es quien ha vuelto a conseguir que nos sintamos así. Al menos yo lo hago. E intuyo que hay muchos miles que están experimentando exactamente lo mismo. Y tienen, además de las ganas, todo el derecho del mundo.

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