Un ecosistema enfermo

Siempre decimos que el fútbol lo aguanta todo, pero con el VAR fuerza sus limites

FC Barcelona - Villarreal CF

FC Barcelona - Villarreal CF / EFE

Enrique Ballester

Enrique Ballester

El día que falla dos ocasiones clarísimas de gol. Ese día hay que recordar lo bueno que es Lamine Yamal. No podemos decir lo mismo sobre el VAR. Está ocurriendo últimamente algo fascinante. Cuanto más sabemos sobre el VAR, peor. El regalo de los audios de las revisiones arbitrales está deparando momentos delirantes. En el estreno del invento, después del Cádiz-Valencia, pudimos escuchar cómo unos árbitros se ‘inventaban’ un penalti que no entendieron ni los beneficiados por la ocurrencia. Esperábamos una explicación que tumbara nuestras dudas, pero la verdad es más simple. No se puede explicar lo inexplicable.¡

En los últimos años, de vez en cuando, me toca escribir sobre el videoarbitraje. Cuando escribí que no me gustaba por antinatural y contrafutbolístico (adiós al ritmo y al trazo grueso y salvaje, hola a la emoción diferida, al milímetro y a los parones), ni siquiera sospechaba que el asunto fuera a desembocar en un problema tan grave. Porque ahora mismo es eso el videoarbitraje. Alguien estará ganando mucho dinero, pero a medio y largo plazo el fútbol se ha creado, de manera innecesaria, un problema muy grave.

Porque el VAR ataca a lo más sagrado: la credibilidad. Porque en el fútbol previo al VAR, el árbitro de un Madrid-Almería dejaba de ver una falta o lo que sea, y el espectador pensaba, bueno, no lo ha visto, se ha equivocado. El error arbitral formaba parte del juego, desde que el fútbol era fútbol, pero el VAR no forma parte del juego. Forma parte del negocio, es algo externo al campo, son unos tipos en una o en dos salas ajenas que nadie sabe muy bien qué hacen. Y si esos tipos se equivocan, no es lo mismo. En la época de la posverdad, además, que acierten o que se equivoquen apenas importa. Por el propio funcionamiento de la herramienta, cada cual puede construir después el discurso que le interesa.

El VAR es lo peor que le ha pasado al fútbol desde que uno recuerda. Es el alimento tóxico e idóneo para teorías de conspiración, porque cualquier aficionado de cualquier equipo guarda ya en la memoria acciones que un día se arbitran de una manera y otro día se arbitran de otra. Jugadas fronterizas en las que un día se entra y otro no se entra. Algo que en el fútbol analógico de antaño era más asumible que en el actual, donde el tipo que decide (cada vez más protagonista) no tiene la excusa de la inmediatez, sino el arma destructiva del vídeo. El daño que se está haciendo el fútbol tiene difícil solución. Y siempre decimos que el fútbol lo aguanta todo, pero con el VAR (y en el cóctel de los pagos durante 17 años al vicepresidente de los árbitros) está forzando sus límites con peligro, y al extremo.

A mí, de hecho, es lo único que me quita las ganas de ver los partidos. Cuando pasa lo que suele pasar, imagino a alguien en un despacho frotándose las manos, a punto de encender el fuego. Detesto el VAR porque saca lo peor de nosotros, nos hace peores aficionados y peores todo, porque nos envilece. Jornada a jornada, sin darnos cuenta, nos meten cucharadas de mierda que acaban en nuestro cerebro. La importancia del juego mengua al mismo tiempo que germina un ecosistema enfermo. Da un material de primera para llenar programas, vender periódicos, batir audiencias y animar la sobremesa, pero ¿a qué precio? Me temo que todavía no lo sabemos. 

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