Oponerse a Putin es malo para la salud

Navalny, nacionalista, atractivo y dominador de las redes sociales era el principal opositor a la dictadura de Putin y un firme denunciador de la corrupción de su régimen

Homenaje a Navalny en Berlín.

Homenaje a Navalny en Berlín. / EFE

Jorge Dezcallar

Ser opositor en Rusia es algo nocivo para la salud. Estos días ha muerto Alexander Navalny en una gélida prisión ubicada en el Círculo Polar Ártico. Navalny, nacionalista, atractivo y dominador de las redes sociales era el principal opositor a la dictadura de Putin y un firme denunciador de la corrupción de su régimen. Según las autoridades se sintió mal después de hacer ejercicio... y falleció. Es difícil de creer. Navalny era un hombre joven, fornido y con aspecto muy sano hasta que fue detenido. Primero enfermó extrañamente en un vuelo doméstico y se salvó porque le trasladaron a Alemania para tratarle a vida o muerte. Una vez recuperado decidió regresar a Rusia sabiendo muy bien lo que le esperaba, y allí fue inmediatamente detenido con mil excusas y metido en prisiones que empeoraban con cada nueva condena que recibía, hasta acabar en el Ártico en unas condiciones que cabe imaginar terribles. Se diría que su muerte era algo deseado por las autoridades o al menos algo que no les importaba que sucediera. Lo ignoro, nunca sabremos si hubo o no órdenes de acabar con su vida, pero tampoco importa porque si no lo hubieran encarcelado en las duras condiciones que le impusieron estaría hoy vivo. Por eso Biden ha acusado a Putin de una muerte que ha causado consternación en todo el mundo. También Trump la ha condenado aunque luego se ha atrevido a compararse con Navalny diciendo que ambos son perseguidos injustamente. Alguien debería evitar que dijera tantas estupideces. Lo curioso es que la condena de Trump se hizo sin citar a Putin en ningún momento, como si no tuviera nada que ver, y eso ha llevado a Nancy Pelosy a preguntarse por la extraña influencia que Putin parece tener sobre él. Ella cree que Putin tiene «algo» sobre Trump y que ese algo debe ser «financiero»... pasado, presente o futuro. Cuando uno actúa así da pábulo a todo tipo de teorías.

Los dictadores no aceptan críticas y menos aún cuando se acercan elecciones que no se pueden arriesgar a perder. Por eso detienen, eliminan o impiden participar a potenciales rivales. También tienen que dar pruebas de fortaleza y Putin parece dedicado a no dejar dudas al respecto. Hace unos meses murió Yevgueni Prigozhin, exchef culinario del mismo Putin devenido líder de la fuerza paramilitar Wagner, cuyos mercenarios disfrazados de «hombrecillos de verde» tomaron Crimea y ahora garantizan la seguridad de dictadores africanos a cambio de minas de oro y otras fruslerías. Prigozhin falleció después de denunciar corrupción y fallos de logística y de estrategia en la conducción de la guerra de Ucrania, y tras dirigir contra Moscú una columna militar que puso de relieve una vulnerabilidad que Putin no le pudo perdonar. Le llamó traidor. Desde ese momento la cabeza le olía a pólvora y a pesar de una aparente reconciliación, pocas semanas después su avión estallaba en pleno vuelo.

Y el pasado 13 de febrero fue acribillado a balazos en un garaje de Villajoyosa, Alicante, otro "traidor", un piloto ruso que había desertado a Ucrania a los mandos de su helicóptero Mi-8. Se llamaba Maxim Kuzminov, tenía 33 años y su muerte ha sido confirmada con alborozo por los servicios secretos rusos y por la agencia estatal TASS. Es la primera vez que ocurre en España algo parecido y no parece haber muchas dudas sobre quiénes son sus asesinos, lo que sin duda afectará a la relación bilateral España- Rusia. Ser calificado de «traidor» es algo que en Moscú se paga con la vida como bien supo Serguéi Skrypal que junto a su hija Yulia se salvó por los pelos de morir envenenado con el agente nervioso Novichok, un método favorecido por los servicios rusos como para dejar huellas claras de su autoría y meter el miedo en el cuerpo de otros disidentes.

Kuzminov se une así a una larga lista de opositores y «traidores» asesinados como Anna Politovskaya, Boris NemtsovAlexander Litvinenko o el empresario Boris Berezovski, extrañamente suicidado mientras otros oligarcas caían desde altos rascacielos... Todos cometieron el error de criticar y oponerse a Putin, que últimamente está crecido con la marcha de la guerra en Ucrania y que está decidido a demostrar que nadie que se le oponga estará a salvo dentro o fuera de Rusia, convertida así en un vecino cada vez más indeseable.