Opinión

Un poco curazoleño

Está visto que llegar a ser futbolista exige una serie de sacrificios tremendos

Leo Messi durante el Argentina-Curazao

Leo Messi durante el Argentina-Curazao / reuters

Afronto cada uno de estos parones propiciados por el fútbol de selecciones con la misma inquietud. ¿Y si descubro que soy más feliz sin la Liga? Quizá sea este el fin de semana definitivo, y llegue el lunes y resuelva que sí, que mejor así, madrugando para ver la Fórmula 1, pasando de la pelota y yendo al cine, de picnic o a los karts con los niños. Quizá llegue el lunes y asuma por fin que construimos todo sobre una mentira: la que asegura que nos importa muchísimo la Liga. 

Añado, al hilo, que por muchas ventanas FIFA que hayamos abierto, siempre queda por descubrir algún país que suene a recién inventado en un videojuego. Lo digo desde el máximo respeto, y también con un punto de admiración por lo exótico y de envidia por lo ajeno. Mis cuatro abuelos eran de Teruel, del mismo pueblo, un hecho bastante práctico a la hora de realizar visitas en verano, pero que limitó desde el principio mis opciones como futbolista internacional. Se trata de un error común en el que también caí yo después, por supuesto. A veces me pregunto cómo pude fallar en eso, cómo me junté con mi pareja sin investigar antes si tenía raíces en algún país pequeño, tipo Guam, San Marino o Curazao, un país de esos a los que llamar a la federación de fútbol para ofrecerse, en plan mi bisabuelo estuvo por allí expoliando los recursos del país y explotando a los nativos, y mi abuela me contaba sus historias antes de dormir, me enseñó a hablar el papiamento y por eso siempre me he sentido un poco curazoleño.

Con lo que pienso yo en estas cosas y en realidad lo hice todo mal. Es una lástima. Ni investigué las opciones de pasaporte que podría ofrecer el árbol genealógico de mi pareja, ni fuimos a que nuestra descendencia naciera en algún lugar compatible con la política de fichajes del Athletic de Bilbao. Ni siquiera nos las apañamos para que nacieran en enero, o al menos antes de abril, que he leído que tienen muchas más probabilidades de ser deportistas profesionales los que nacen en el primer trimestre del año, porque disfrutan de una ventaja física y cognitiva a desarrollar desde el primer momento. Ni siquiera eso. Lo hice todo mal, desde el punto de vista estadístico, y ahora me arrepiento.

Por no hacer, ni siquiera dejamos solos a los niños con una pelota en medio de la calle. No solo eso, además les obligamos a ir al colegio. Después entrenan en campos de césped artificial con el mejor equipamiento. A menudo, incluso, desayunan aguacate. Lógicamente, jamás llegarán a ser futbolistas profesionales con estos obstáculos, y habrá un día en el que no duden en reprochármelo. No tendrán más remedio, los pobres, que hacerse ingenieros.

Porque está visto que llegar a ser futbolista exige una serie de sacrificios tremendos. Hace unas semanas leímos una noticia reveladora al respecto. El Besiktas despidió a un joven futbolista por usar una app de citas. El club y la afición consideraron, según cuentan, que ese comportamiento no era apropiado. No lo sé, igual el chico debería haber hecho como dicen que solían hacer antes los futbolistas (no tengo pruebas, algo he oído, también sobre los periodistas): irse de putas. Quizá eso se hubiera considerado apropiado y quizá así le hubieran apoyado sus propios hinchas.

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