Alessio, en lo malo y en lo bueno

No sé si le valdrá para seguir en el banquillo, pero el club tiene que estar agradecido pase lo que pase

Alessio Lisci, en rueda de prensa

Alessio Lisci, en rueda de prensa / Francisco Calabuig

Juanma Romero

Juanma Romero

Presuntos Implicados compuso una canción que ahora mismo describe la relación del Levante con los suyos. «Fue así como tú y yo perdimos la confianza. Cada paso que se dio. Algo más nos alejó. Y lo mejor que conocimos. Separó nuestros destinos. Que hoy nos vuelven a reunir. Tal vez, si tú y yo queremos. Volveremos a sentir». Añadiría a este extracto el de retornar a la creencia. 

Reconozco que yo era uno de los que casi había arrojado la toalla. Pese a ser optimista por naturaleza los golpes recibidos ante el Cádiz y Getafe, unido al varapalo frente al Betis, me llevaron a pensar que todo había acabado y que tocaba izar la bandera blanca de la rendición. 

La semana pasada todo empezó a verse distinto. Los aguijonazos de Madrid y Vigo encontraron continuidad ante el Elche. No ha sido flor de un día. Este Levante sí es reconocible, este bloque demuestra que tiene fútbol y sobre todo ha logrado reconvertir a su doctrina a un aficionado ateo respecto a la salvación. Frente a los de Francisco, el Levante firmó un señor partido. La portería granota ha dejado de ser un cráter para convertirse en un cerrojo. Creciendo desde atrás, De Frutos ha emergido para contagiar con su talento y carácter diferencial al resto de futbolistas. El Ciutat disfrutó y pudo vivir un final plácido. Muy pocos hubieran firmado esto hace sólo quince días.

Aunque numéricamente la coyuntura sigue siendo crítica, el despertar ha llegado a tiempo pero necesita todavía más episodios con final feliz. Mucho se ha hablado, y es justo hacerlo, del impacto que ha tenido Felipe Miñambres en todo este cambio de dinámica, pero no hay que obviar el papel de Alessio Lisci. Al servicio del club, tomó las riendas en el peor momento de los últimos años. Cumplió su sueño de dirigir al primer equipo de forma precipitada, acuciado por las urgencias y en medio del mayor desarraigo social de la historia reciente del club con una crisis institucional y deportiva de gran envergadura. Lisci ha tenido que madurar a marchas forzadas, mediar con una plantilla cercana a la desconexión y lidiar en sus comparecencias con discursos que no dieran sensación de haber bajado los brazos. Gran desgaste. 

Con Felipe Miñambres ha tenido conexión. Ha escuchado y se ha dejado asesorar aunque ha sido él, y solo él, quien ha ejecutado, el que sigue en primer línea y el que para bien o para mal será el responsable directo a nivel deportivo. Sigue siendo inexperto, debe seguir creciendo como entrenador y cometerá errores, pero ante el desmoronamiento que hubiera supuesto para otro en una situación idéntica, ha aguantado el tipo y de momento sigue haciendo que el corazón granota lata. No sé si esto le valdrá para seguir la próxima temporada, pero el club, como así se ha reconocido públicamente, le debe estar agradecido pase lo que pase. Ahora toca continuar la remontada en Bilbao ante un Athletic en depresión tras su eliminación copera.

Valencia Basket

Mañana volverá la liga al pabellón de La Fonteta. Parece que ha pasado un mundo desde el último partido en la competición. Por medio ha quedado el agrio paso por la Copa y el peaje de unas ventanas FIBA que se han cobrado la grave lesión de Van Rossom. La reflexión en el baloncesto debe ejecutarse. Es inconcebible que la escisión de estamentos afecte a la salud de los jugadores y que siga protegiendo y favoreciendo a los equipos de Euroliga, con un mayor poder económico, profundidad de plantilla y beneficios extradeportivos y una plaza para muchos de ellos asignada a dedo. El Valencia Basket remará, como siempre lo ha hecho, es parte de su filosofía, pero hay que cuidar a los deportistas, a todos, lleven el escudo que lleven y jueguen en la competición jueguen. Sean justos.