Opinión

De aquí a la eternidad, por Rafa Marín

La finales son ocasiones que trascienden y quedan en la memoria más allá del impacto del resultado

Una imagen de Bordalás junto a Gayà, el capitán valencianista

Una imagen de Bordalás junto a Gayà, el capitán valencianista / Francisco Calabuig

La finales nunca son partidos cualquiera. Ni duran lo mismo ni se viven igual. Como tales ni siquiera se las recuerda por el impacto del resultado, tenga la consecuencia que tenga, abra o cierre profundas heridas. Se demuestra desde antes de jugarlas. La afición del Valencia fue el claro ejemplo ayer, desde la apoteósica despedida en el aeropuerto por la mañana hasta los buses que salieron de la Avenida del Puerto a medianoche.

Son ocasiones que trascienden y quedan en la memoria. Ya ocurrió en el 95 con la del agua, la primera para una generación. Y se repitió en el 99 con la de La Cartuja. Allí donde todavía resuenan los goles de Mendieta y el Piojo, casi tanto como los acordes del Probe Miguel... Por eso la experiencia de hoy tiene tanto de especial. Es, sentimentalmente, el regreso a la eternidad.

A un mítico escenario que volver a conquistar. Y es también una oportunidad única, por lo que pueda venir y porque nunca se sabe cuándo será la próxima. Así se siente no solo para una generación de valencianistas sino especialmente para una serie de jugadores de la casa que se han reservado en estos años de plomo un espacio en la historia: Gayà, Soler, Guillamón... 

Armas valencianistas

Son los murciélagos del escudo quienes sostendrán esta noche el peso de la historia del club. Ese mismo que por encima de la ausencia de relato y su fortaleza de colmillo está obligado a asumir su papel cuando lo que flota el ambiente es que no es el favorito. Puede ser incluso un arma de doble filo, sobre todo si se tiene en cuenta hasta qué punto el Betis encaja con el perfil de equipo que para ganar necesitar jugar bien.

Lo sabe Pellegrini, que ha hecho tarde para plegar velas después de haberse pasado tres pueblos. Desde luego que en eso el enfado de Bordalás está más que justificado. Ya que hay veces en las que el fútbol se permite auténticos actos de justicia, ojalá hoy sea uno. Y a partir de mañana, con la novena en casa, otra vez a empezar.