Opinión

El drama de los cedidos y disfrutar de cada temporada como si fuera la última

Reconozco que hace mucho que perdí ese complejo cultural que se tiene por los futbolistas que llegan a préstamo, algo por cierto bastante habitual en otras ligas fuertes

Samu Lino, en el Trofeu Taronja

Samu Lino, en el Trofeu Taronja / German Caballero

El Valencia va a fichar cedidos y más cedidos para tratar de hacer un equipo competitivo, uno que nos lleve a Europa esta temporada que empieza el domingo frente al Girona. Reconozco que hace mucho que perdí ese complejo cultural que se tiene por los futbolistas que llegan a préstamo, algo por cierto bastante habitual en otras ligas fuertes como pueda ser la Serie A (entre los grandes equipos). Aunque es obvio que, si armas una plantilla con estos perfiles y sin opciones de compra, estás obligado a dos cosas esenciales en el corto plazo. La primera es entrar en Europa, porque esos ingresos extra te van a permitir contar con mejores jugadores el curso siguiente. Y la segunda es que tienes que tener diseñada la plantilla de dicha temporada siguiente, la 23/24. Porque hay que tener esto en cuenta: si no hubiera movimientos en lo que queda de la 22/23, además de tener que devolver a todos los cedidos, el 30 de junio perderíamos −por fin de contrato− a Carlos Soler, José Luis Gayà, Hugo Guillamón, Mouctar Diakhaby, Toni Lato y Jaume Domènech. Una tragedia deportiva de dimensiones colosales, vamos.

El fin justifica los medios. O al menos, en este caso, hemos de aferrarnos a esa idea con más fuerza que nunca. El riesgo que toma el Valencia deshaciéndose de activos que son propios y trayendo cedidos es enorme, y sólo se podría dar por bueno entrando en Europa. De ninguna otra forma. Y por supuesto, empezando a cerrar renovaciones, pues de los seis jugadores que terminan contrato al final del curso al menos cuatro deberían seguir. Como sea. ¿Y por qué? Porque son la columna vertebral del equipo y, en algunos casos, mucho más que simples jugadores.

Sí, podemos hablar de símbolos o de eso que tan poco me gusta cuando nos referimos a futbolistas: de “murciélagos del escudo”. Pero, más allá de todo esto, lo que reivindico desde este medio, como valencianista, es que me dejen disfrutar de esta temporada casi como si fuera la última, porque todo lo que rodea ahora mismo a este club genera un agotamiento y un desasosiego que no quiero recordar. Es como si no fuera posible tener una ilusión, unas ganas de que empiece a rodar el balón, esa emoción por ir a Mestalla que te ha acompañado desde que eras un niño; y que sabes que el día que la pierdas ya no la volverás a recuperar nunca.

Este Valencia de Meriton es lo que es. Seguimos sin saber cuál es su plan a cualquier nivel, y las obras del campo no se han reanudado, y hemos vendido a nuestra estrella y estamos fichando cedidos, y no hemos renovado a nadie (cosa que es vital por numerosos motivos). Nadie puede discutir esto porque es así. Y no, yo no voy a defender a Peter Lim de nada. Para empezar, porque no me pagan para eso. Y aunque lo hicieran, no lo haría de tal forma, ya lo he dicho muchas veces. Pero eso no quita que mi sentimiento valencianista, ese que ahora transmito a mi hija y del que ella empieza a disfrutar sin importarle lo más mínimo quién manda, siga representando para mí un tesoro incalculable. Eso que me lo vayan dejando en paz, que es algo mío y de nadie más, y no lo pienso negociar de ninguna de las maneras.

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