Vísteme despacio, que tengo prisa

Ese mañana será más o menos duro, dependiendo del ahora, pero sabes que habrá otra jornada, que tendrás otra oportunidad

Lino se lamenta durante el Valencia-Sevilla

Lino se lamenta durante el Valencia-Sevilla / Francisco Calabuig

Andrea Esteban

Andrea Esteban

No por correr más, amanece más temprano. Quién rápido anda, tropieza. Y así, podría enumerar una gran cantidad de refranes tradicionales relacionados con la paciencia. Yo por desgracia, he escuchado mucho este tipo de frases provenientes de mis padres y abuelos. El ser humano es impaciente por naturaleza, y en la época que vivimos actualmente, este hecho se ha potenciado todavía más.

Comemos de prisa, viajamos rápido, nos saltamos párrafos de libros queriendo terminarlos antes de lo esperado, buscamos mini series porque no soportamos esperar siete temporadas a saber el final, nos enamoramos al principio de una relación y la dejamos al primer enfriamiento que existe, buscamos recetas de cocina exprés porque no sabemos cocinar a fuego lento, observamos el atardecer deseando que el sol desaparezca. Todo aquello que podemos tener ahora mismo lo priorizamos, sin pensar en lo que puede pasar después, sin valorar cómo me afectará la manera de conseguirlo, sin imaginar las consecuencias que puedo tener al haber alcanzado ese objetivo tomando la vía rápida. 

El Valencia está siendo impaciente constantemente, está celebrando el gol antes de meterlo, visualiza la asistencia antes de controlar el balón, se imagina la celebración de la victoria en Mestalla antes de competir el partido, se posiciona en segunda división a falta de ocho jornadas, juega cada partido como si se tratase de la jornada 38, como si el resultado del partido fuese determinante para decidir si se queda en la máxima división del fútbol español o no.

No hay que ser ingenuos, y obviamente cada semana el resultado es muy condicionante, ya que influye notablemente en la forma de afrontar los partidos que restan. Esta responsabilidad de conocer cuál es tu contexto es suficiente para competir con la presión justa, llevándote a un nivel de activación que hace que puedas dar más de lo que creías que podías dar, pero que al mismo tiempo, te permite no agarrotarte porque sabes que habrá un mañana. Ese mañana será más o menos duro, dependiendo del ahora, pero sabes que habrá otra jornada, que tendrás otra oportunidad.  

El Valencia quiere ganar el partido en los primeros quince minutos, inicia los partidos con mucho ritmo, es superior al rival, repite esfuerzos constantemente y se activa rápido en transiciones, tanto mental como físicamente. Esta manera de competir la mantiene aproximadamente treinta minutos, a partir de los cuales, el equipo empieza a deshincharse y su rendimiento decrece notablemente. Durante este tiempo ha conseguido ganar a su rival en todo, menos en el resultado. Le ha vencido en número de córners ofensivos, en remates a puerta, en xG (goles esperados), en ocasiones creadas. Ha ganado en datos que te acercan al gol, pero ser superior en estos datos no te hace reflejar en el marcador una ventaja.

Cuando no consigues una recompensa a estos comportamientos significa que tu oportunidad ha pasado, has gastado energía y no has recibido recompensa, has permitido que tu rival sobreviviese y saliese ileso de una situación límite. Y en ese momento aparece el verdadero problema, ese derrumbe mental cuando te das cuenta de que no puedes mantener ese ritmo, de que has ido de más a menos, de que quieres hacer frente a tu rival y no puedes. Te das cuenta de que está pasando por encima de ti y además, ellos sí son capaces de aprovechar ese momento de superioridad para reflejarlo en el marcador. Ese gol te hace demasiado daño, no encuentras los recursos para reponerte, te precipitas, el tiempo pasa y el partido acaba. De nuevo, la misma historia, como si los partidos no durasen más de noventa minutos y los ganase el equipo que marca primero. 

El Valencia se muestra impaciente, impreciso. Lo transmite a nivel mental, institucional y obviamente, también sobre el verde. El Valencia quiere conseguir el gol antes de dar el último pase. Quiere centrar antes de tener una situación de ventaja para ello, lo que le lleva a centrar desde tres cuartos sin intención, y sin crear ningún peligro. Quiere rematar antes de acumular gente en área, por lo que siempre se encuentra en inferioridad numérica y con demasiados futbolistas sin posibilidad de llegar a zonas de peligro. Quiere situar la línea defensiva prácticamente en mitad de campo sin realizar una presión alta intensa de sus delanteros, por tanto el rival le encuentra y le ataca las espaldas con demasiados facilidad. Quiere llegar por fuera y generar peligro centrando, sin tener futbolistas especialistas para ello. Foulquier es el encargado por la derecha y Lato por la izquierda, ambos con posiciones profundas. Posicionar a Gayá de extremo, es evitar que tu mejor futbolista en esa acción esté fuera de sitio, ya que debe meterse hacia dentro para dejar espacio para la profundidad de Lato. Tú único rematador en área es Cavani, ya que ni Castillejo, ni MoribaMusah, ni Gayá, ni Almeida destacan por ser rematadores de área. Así, de esta manera, es realmente complicado. 

El Valencia debe buscar no llamar la atención en el primer capítulo, no debe engañar al lector y absorberle con su historia para luego no cumplir con lo que promete. El Valencia debe plasmar un inicio constante, dando detalles que hagan que el espectador se quede a ver el final, que lea cada página con la intención de mantenerse en el durante y quiera encontrar un resultado final que sea acorde y consecuente a todo lo que se ha encontrado en el camino. El Valencia debe de saber que esta semana no será el último libro de la saga, pero si presenta un libro que no esté a la altura, puede que pierda a una gran cantidad de lectores para el siguiente. Y esto, no debe permitirlo. Cada libro es importante y ahora, necesita a sus seguidores más que nunca.

Suscríbete para seguir leyendo