Yo elijo esa

El paso adelante se da por lealtad. Lo saben Hugo, Sergi, Rubén y los 45.000 irreductibles 

Canós

Canós

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Cada 19 de diciembre cumplo un ritual. El de intercambiar whatsapps y algún sms con amigos a cuenta del Viejo Casale, el gran relato del Negro Fontanarrosa. Luego en Navidad igual ni nos saludamos, pero en la señalada fecha nos recordamos aquel Central-Newell’s, la palomita de Aldo Pedro Poy o algún fragmento que no hace falta ni consultar porque ya se recita de memoria, porque “si uno pudiera elegir la manera de morir, ¡yo elijo ésa, hermano! ¡Yo elijo ésa!”.

El cuento, deben saberlo ya, narra el último día de la vida del Viejo Casale, un anciano con cardiopatías severas, hincha de Rosario Central, secuestrado por seguidores de su equipo antes de la decisiva semifinal en Buenos Aires contra el odiado vecino Newell’s. Los pibes recuerdan haberlo visto en la grada en partidos que coincidieron con victorias y lo consideran talismán. Poy marca de plancha el gol del triunfo y don Casale fallece en mitad de la celebración, feliz, entre los abrazos de la multitud ‘canalla’ presente en el Monumental. Sobre aquel gol real, Fontanarrosa construyó el relato ficticio del Viejo Casale para honrar la figura del hincha total. La lealtad inquebrantable de un aficionado a su club y sus colores.

Este 2023 que recordaré terrible, no sólo en lo futbolístico, acaba con señales que evocan la felicidad del Viejo Casale. Los grandes goles de Hugo Guillamón y Sergi Canós ante el Barcelona y el Rayo Vallecano desprenden una punzada aguda de emoción que recompensan la fidelidad de dos tipos con un valencianismo incorruptible. Siendo futbolistas, Hugo y Sergi tienen la virtud del hincha clásico, la de saber esperar, también la de perseverar. No hace tanto, Guillamón llegó a estar diez días sin contrato esperando una oferta de renovación del Valencia. Internacional en todas las categorías de la selección, como agente libre era el gran chollo del mercado.

Con esa pausa cerebral que aplica al “sentido euclidiano” de su juego, que diría Gianni Brera, Guillamón aplicó la paciencia. La misma silenciosa discreción con la que ahora ha superado el primer bache emocional de su carrera, cuando su confianza quedó bloqueada la temporada pasada con la caída en picado del equipo. En un sector de velocidad meteórica como el del fútbol, Hugo, escudado en el manto protector de Baraja, ha podido tomar aire y volver a ser importante. Su golazo por la escuadra al Barça es el signo anímico que rescata a un líder que vuelve a congelar las pulsaciones en el césped, como quien hornea un pastel en el ojo de un huracán.

Canós esperó todo el verano al Valencia. En realidad, esperó durante toda una vida su llegada a Mestalla, aterrizar en la prórroga del mercado se le hizo corto. Cumplió el sueño de todo hincha, de todo Casale. Si Hugo llegó a quedarse sin contrato, Sergi pagó dinero de su bolsillo para vestirse la camiseta blanca con el murciélago bordado. Nadie tenía más ganas que el extremo de Nules de llegar, besar el santo y festejar el primer gol. Estos meses ha costeado el peaje de una falta de pretemporada, de una lesión inoportuna, de nadar a contracorriente. Para describir la felicidad desbocada de su golazo al Rayo, de la emoción que condensa la ilusión de toda una vida, habría que recurrir a Fontanarrosa.

Con los destellos luminosos de Guillamón y Canós acaba 2023, el año de Rubén Baraja. Desde su retirada como futbolista, muchos veíamos en su figura el perfil del técnico del futuro para el Valencia. El momento se fue aplazando, en la vorágine de la década más convulsa de la historia. Pero en realidad el momento ideal nunca se elige, aunque siempre nos pertenece. El Pipo ha llegado en el peor trance posible, que también es el más oportuno y necesario. El paso adelante se da por lealtad y amor. Lo saben Hugo, Sergi, Rubén y los 45.000 irreductibles que llenan Mestalla y protestan contra Lim. Si hay una manera de morir (por el Valencia), yo elijo esa.

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