Opinión

Demasiado intenso

El fútbol me estresa: las últimas diez jornadas, los sorteos clave... Todo eso me pone enfermo

Imagen del trofeo de la Champions

Imagen del trofeo de la Champions / EFE

Ya se intuye la primavera, y lo sé porque el fútbol me estresa. Las últimas diez jornadas, los sorteos clave y las eliminatorias que esconden la gloria asoman por la puerta, y yo me pongo enfermo. Es todo demasiado intenso. Llevo incluso unos días fantaseando con un futuro ideal, en el que pudiera vivir sin tener que ganar dinero, y en el que solo vería fútbol por placer desde agosto hasta enero. Disfrutaría de veras, así lo siento: primero con la excitación veraniega de lo nuevo, luego con esas semanas curiosas de otoño en las que los equipos se van construyendo, y también con alguna dosis de moderado sufrimiento y del frío húmedo de algún desplazamiento, al principio del invierno. Pero todo sin dramas, porque lo definitivo quedaría siempre muy lejos. Lo definitivo se lo dejaría a los chavales, que aún conservan el entusiasmo necesario para mirar estos días el calendario y decir ‘ahora viene lo bueno’. Todo para ellos: de lo definitivo no querría saber nada y me enteraría como mucho al día siguiente mirando el teletexto desde un resort caribeño

Ahora no viene ‘lo bueno’. Ahora vienen los nervios, la opresión en el pecho y la sensación continua de que te estás muriendo. Y encima, casi siempre, pagando por ello.

En mi futuro ideal, admito que podría ver algo de fútbol en junio, también, pero en ningún caso esa trituradora emocional llamada play-offs de ascenso. Podría ver partidos sueltos del Mundial o de la Eurocopa, pero solo los primeros de la fase de grupos, y de países pequeños, sin olvidar las precauciones ante los excesos. Del fútbol me quedaría con el envoltorio, con lo bueno de veras, los cromos, el balón oficial, las mascotas, las pachanguitas, los videojuegos y todo eso. Y con el resultado, cuando me enterase, si es el que yo quiero. Apostaría que sería igual de feliz -dudo un poco con esto- que habiendo sufrido una larga penitencia durante todo el proceso.

Al menos, me gustaría desertar durante un tiempo. Tengo que preguntar cómo funciona en el fútbol lo de los años sabáticos, si existe algún convenio al respecto. Y debo reconocer que un día pensé que jamás sentiría algo así, y que siempre estaría en la primera línea del fuego. Ahora achaco a la edad aquellos pensamientos. Ya se sabe, la típica locura de juventud. También fui en su día a un concierto de Hevia, me compré una pelota de béisbol y llevé pantalones de campana. Lo de buscar emociones fuertes en el fútbol iba en esa misma línea de inconsciencia majara.

Ahora solo quiero emociones templadas. El miércoles, por ejemplo, llevé a mi hijo a entrenar, pedí un café para llevar y me ubiqué al solecito, a solas, para verlo tranquilamente. Ver a mi hijo divertirse jugando a fútbol es sin duda mi afición vital favorita. Estaba yo tan feliz ahí observando sus controles y sus pasecitos, con el café tibio en una esquina, y con el sol del atardecer acariciándome en la cara... Era una maravilla, porque además, en la zona anexa al campo estaban de obras. Con un ligero movimiento de cuello podía mirar una obra y ver a la vez a mi hijo contento. Me esforcé en valorar la dicha del momento. Solo faltaba que en lugar de mi hijo fuera mi nieto el que estuviera entrenando, y yo jubilado, para que fuera perfecto. Casi lo estás logrando, Enrique, me dije, vas por el camino correcto.

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